martes, 10 de octubre de 2017

VICTIMISMO


El victimismo puede conceptualizarse como la versión afligida y lastimosa del relativismo cultural: el relativismo que se abate a sí mismo.

Se trata de una actitud que renuncia sin más a la acción de hacerse entender, lo que significa a fin de cuentas no querer entender. Gime por lo que cree ser, quejándose por aquello que no le dejan ser. Infantilismo y melancolía, en suma. He aquí la historia de los pueblos que, como Cataluña, viven (sin vivir en ellos…) en «un quejido casi incesante» (José Ortega y Gasset, Primer discurso en las Cortes Constituyentes, 1932). Y añade el filósofo español:«ese pueblo que quiere ser precisamente lo que no puede ser, pequeña isla de humanidad arisca, reclusa en sí misma; ese pueblo que está aquejado por tan terrible destino, claro es que vive, casi siempre, preocupado y como obseso por el problema de su soberanía, es decir, de quien le manda o con quien manda él conjuntamente.»

¿Qué es el victimismo? Descontento perpetuo, manía persecutoria, lamentación inagotable; quejido sin fin, en fin.

El victimista no ofrece razones, tan sólo emite vibraciones sentimentales, convulsiones emocionales, que ni él mismo llega a comprender. Hay mucho de patético, además de infantil y melancólico, en ese penar vocacional, en la inclinación hacia la autodestrucción en que sucumbe toda pasión (pathos) por perpetuo lamento y la contumaz jeremiada.

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