Para bien o para mal, las sociedades modernas, hoy contemporáneamente democráticas, tan
abiertas y tal, tienden a constituirse por su propia naturaleza y evolución en artefactos dominados por la vox populi, por la opinión pública.
Aun siendo caprichosa, voluptuosa y voluble, a la opinión pública hay que
tomarla en serio, lo cual no significa someterse siempre a sus caprichos. Entre
otras razones porque, ente ficticio y
sublimador donde los haya, no siempre queda claro lo que quiere y vocea.
El público, por
cuyo advenimiento la práctica del poder social y la dominación política se han
sometido efectivamente al mandato democrático de la publicidad, es un producto de la comunicación o, por
mejor decirlo, de la necesidad de comunicación. Se constituye en el momento
en que la información y el juicio de los
agentes sociales adquieren publicidad, y cada vez más notoriedad e
influencia, es decir, en el momento en que se dan a conocer sin barreras; cuando se hacen plenamente públicos,
pues.
¿No se reducirá toda
la ética y política de la vox populi, la sociología de la
publicidad y lo público, toda esta disertación sobre la opinión pública, a una sencilla comprensión de la vagancia y
la pereza de los hombres lentos y lánguidos, quienes para no complicarse la
vida se dejan traer y llevar, contar y calcular, con un resultado que,
finalmente, acaba beneficiando a los más desvergonzadamente rápidos con la
calculadora?
Una sociedad que se deja llevar por las apariencias, que
opina a bote pronto, que vota según impulsos primarios y da más importancia a
la ficticia "opinión pública" que a su real, propio y privado
criterio, o al que enuncian algunos pocos hombres discretos, esa sociedad acaba
reduciéndose a un conglomerado manifiesto de mucha opinión difusa y un
"conocimiento inútil" (Jean
François Revel).
Una sociedad, en fin, condenada al fracaso y a la
decadencia:
"Y si con razón se dice del perezoso que mata el tiempo, una sociedad que cifra
su salvación en la opinión pública, es decir, en la pereza privada, no puede
sino preocupar seriamente. Creo que tiene que ser borrada de la verdadera
historia de la emancipación de la vida."
(Friedrich Nietzsche, 'Schopenhauer como educador', Tercera
intempestiva)
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