viernes, 15 de julio de 2016

‘CUBRIR’ LA INFORMACIÓN, VIOLENCIA Y TERRORISMO



El asunto es todo un clásico en teoría de la comunicación, ética del periodismo y teoría política, entre otras especialidades, a saber: el debate sobre la conveniencia o no de dar completa y puntual cobertura informativa de los atentados terroristas.
La disputa sobre si cubrir determinada información, especialmente sensible, envolviéndola con un velo de recato y miramiento (que no de ignorancia), o, por el contrario, develándola íntegramente a través de imágenes, informes y reportajes que pongan «al desnudo» la verdad del asunto, vuelve con regularidad una y otra vez, cual nube negra de los estorninos que cubre las alamedas urbanas cada final de verano. A la complejidad, y aun al dramatismo, de la cuestión se suma la ambigüedad del lenguaje. En el idioma español llamamos «cubrir» a la acción de poner un objeto encima de otro a fin de ocultarlo o resguardarlo, pero también de satisfacerlo (o violentarlo). En este segundo caso, se dice de un sujeto que «cubre» a otro (u otra) en el sentido de que lo (o la) monta o acaballa. En el lenguaje de la información, el acto de «cubrir» alude, por lo general —aunque no exclusivamente—, a la tarea del reportero destacado en el frente bélico, que mimetizando su labor a la estrictamente militar, marca un objetivo como primer paso para tomarlo. […]
Mucho ojo, pues, con quienes tienen el gusto de cubrir la información sin freno ni contención. No me refiero ahora sólo a los denominados «reporteros sin fronteras» y sin remilgos, esos profesionales de los medios de comunicación que simbolizan en su oficio, sine ira et studio, la nueva era de la globalización. Llamo la atención sobre el proceder de aquellas cadenas de televisión y radio, agencias de prensa y periódicos, rotativas y tiovivos, que no ponen coto a la persecución de noticias y titulares de impacto. Señalo a aquellos medios que pretendiendo investigar y revelar al público lo que pasa fuera para convertirlo así en noticia y dominio público, remueven, destapan y hasta profanan lo que debiera mantenerse dentro de la integridad, honorabilidad y reserva de los verdaderos propietarios del suceso. Apunto también, en fin, a los inmoderados exhibicionistas en las redes sociales, obsesos con poco seso en el quehacer de mostrar y mostrarse, dar la nota y llamar la atención.

Ocurre que no todo lo que es dado descubrir o destapar puede ni debe ser poseído por el primero que pase. Que no todo lo que puede saberse debe ser sabido por todos. Que no toda pieza en disposición de conquista debe ser ganada en todo momento o a cualquier precio.
En las sociedades abiertas, la libertad de información constituye un bien que hay que proteger, pero también resguardar de quien aspira a someterlas. Una sociedad libre y abierta, pero demasiado expedita, pasa a transformarse fácilmente en un artefacto de descaro y una máquina de producir impudicia. A fin de mantener las formas, conservar las buenas costumbres y asegurar la eficiencia, debe aprenderse a guardar las distancias y salvar las apariencias, de modo que la hospitalidad y la accesibilidad no sean interpretadas como insensata dilapidación y gratuita penetrabilidad. No confundir liberalismo y liberatorio con liberalidad y libelo. No es cuestión de contentarse con lo que hay, pero sí de aprender a contenerse, para que lo que en verdad tenemos no se malogre.

Imagen promocional del film Nightcrawler (2014. Dan Gilroy)


Fragmento del capítulo 6.1. «Vanidades en la hoguera» (6. Espectáculo y devastación) del libro Cine,espectáculo y 11-S (2012).

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