jueves, 21 de enero de 2016

LO MODERNO TRAS LO ANTIGUO


Curiosamente –aunque no casualmente–, es tal el poder de atracción, asimilación y absorción de lo moderno entre la gente que ha llegado a convertirse en una actitud común el calificar como «moderno» todo aquello que desea elogiarse respecto a una idea, una característica o un comportamiento pasados. De este modo, a no pocos analistas e intérpretes de la actualidad se les antoja afirmar, con neta arrogancia, que un escritor, un artista o un pensador antiguos exhiben una actitud muy «moderna» en el momento en que se advierte en sus trabajos algún rasgo que es juzgado correcto y positivo en el presente, esto es, desde la perspectiva del presente. Lo moderno vendría a representar así el valor y lo antiguo lo pasado.

Semejantes modos delatan, como mínimo, una sospechosa tendencia a la anacronía, cuando no al ávido determinismo, como dando a entender que si un autor clásico se expresa, por ejemplo, en primera persona o emplea la elipsis a modo de formas estilísticas, resulta ser entonces «muy moderno», en la medida en que con ello se anticipa a lo que un periodo posterior será tomado como elemento cultural característico y hasta ejemplar.

En realidad, ocurre justamente lo contrario: aquello juzgado como «moderno» es muchas veces actual y efectivo porque ya los antiguos fueron capaces de vislumbrarlo, poseerlo y mostrarlo en su momento.



Lo justo y razonable sería afirmar, en consecuencia, que a veces los modernos resultan «muy antiguos», al menos cuando recurren a usos y modos empleados antaño de manera provechosa, siendo tan válidos y fructíferos hoy como ayer. No otro sentido posee el concepto «clásico», éste sí tolerado por modernos y posmodernos, aun con inocultable reserva y prevención.

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Fragmento del artículo Una ética clásica y muy siglo XXI (1) publicado en la revista El Catoblepas