jueves, 1 de agosto de 2013

ENTREVISTA SOBRE 'LA ILUSIÓN DE LA EMPATÍA' EN MAGAZINE 'PORTVITORIA'


Por qué la apoteosis de la empatía social restringe la responsabilidad personal – 
Una entrevista con Fernando R. Genovés

Joaquina Pires-O’Brien, la editora del periódico electrónico PortVitoria, entrevista el el filósofo español Fernando R. Genovés acerca de su nuevo libro La ilusión de la empatía. Ponerse en el lugar del otro y demás imposturas morales



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Dr. Fernando Rodríguez Genovés es profesor funcionario de carrera, en la asignatura de Filosofía, actualmente en excedencia voluntaria. Además de ser autor de nueve libros, el filósofo español es ensayista, crítico literario y analista cinematográfico, blogista y fundador de El Catoblepas, revista crítica del presente, de periodicidad mensual, publicada desde 2002, donde escribe habitualmente.

Joaquina Pires-O’Brien (JPO): ¿Por qué considera en su libro una impostura la noción popular “ponerse en el lugar del otro”?
Fernando Rodríguez Genovés (FRG): He optado por emplear el término «impostura», a la hora de señalar los problemas que detecto en el fenómeno de la empatía —y, en concreto, en el postulado «ponerse en el lugar del otro»—, porque identifica con bastante precisión un asunto que trata, justamente, sobre actitudes morales, pero asimismo sobre «lugares» y posicionamientos teóricos. No negaré que dicha elección terminológica invita también a una complicidad intelectual con el título del célebre trabajo de Alan Sokal y Jean Bricmont Intellectual Impostures (edición del Reino Unido del original norteamericano, Fashionable Nonsense: Postmodern Intellectuals' Abuse of Science). La empatía representa, en efecto, una impostura intelectual porque, además de ser una propuesta científicamente absurda y teóricamente insostenible, constituye, por encima de todo, un enorme artificio, no ajeno al fingimiento y, como consta en el mismo título del ensayo, no exento tampoco de ilusión. Hay ilusiones ópticas, pero también creencias ilusorias. La empatía es una de ellas.

JPO: ¿Qué afirma la filosofía moral a propósito de la compasión y la necesidad de comprender a nuestros conciudadanos?
FRG: No hay una sola y única filosofía moral al respecto, sino varias y bastante variadas. Las que están directamente implicadas en nuestro tema son aquellas que se inclinan más por el amor propio, el cuidado de sí mismo y el autorrespeto, en primera instancia, frente a aquellas que podríamos denominar «altruistas», es decir, que ponen al otro por delante —o por encima— del yo personal. La compasión es un instinto humano, como lo es igualmente la agresividad o la sexualidad. No es, por tanto, un valor moral en sí mismo, sino una propensión natural de las personas, que, como tal, debe ser gobernada y contenida por la razón. Sucede que, de pronto, algunos conceptos se ven recubiertos de un barniz teórico y/o ideológico que, literalmente, los altera, lo cual aconseja hacer la oportuna crítica de los mismos. Ocurre esto con la noción «compasión», pero también con el significado de «entender», puesto que «entender al otro» no debe llevar, obligatoriamente, a darle la razón (por principio, por sistema y en todo), ni tampoco a tener que apadrinarlo, adoptarlo o «ponerse en su lugar», sino, en primera instancia, a entender las razones por las cuales actúa.

JPO: ¿Podría poner un ejemplo de por qué la responsabilidad individual y la autoestima son difícilmente compatibles con el postulado “ponerse en lugar del otro”?
FRG: La responsabilidad moral significa, básicamente, la capacidad del individuo de hacerse cargo de su propia existencia y de responder de sus actos. La responsabilidad (como la identidad), al ser personal, es intransferible. «Responder por el otro» como norma significa, entonces, vulnerar la autonomía de los sujetos, quitarles la palabra, querer mantenerles en la minoría de edad intelectual y moral. Entender a los demás significa tomarles en serio y respetarles, es decir, no hacer nada que les impida actuar según su propia voluntad, libremente. He aquí la mejor manera de construir una sociedad de individuos libres y responsables, y no llevar el intervencionismo y el proteccionismo también hasta el espacio de las emociones, así como a un terreno tan privativo como es la moral.

JPO: ¿Los psicólogos están equivocados cuando sobrevaloran el papel de las relaciones sociales de los individuos?
FRG: Tampoco en este caso es prudente generalizar. No todos los psicólogos sostienen los mismos puntos de vista respecto al tema de la empatía. Observamos en dicho gremio lo mismo que en muchos otros: están severamente condicionados por las modas. En el campo de la psicología, ayer reinaban la Gestalt y el psicoanálisis; hoy, mandan las corrientes inspiradas en la «inteligencia emocional» y la empatía. Téngase en cuenta, al mismo tiempo, que en los márgenes de la práctica terapéutica de los psicólogos, se mueve un amplio espectro de nuevas profesiones y nuevas tendencias —como son las relacionadas con el coaching, la autoayuda, las técnicas de comunicación, etcétera— que funcionan a base de clichés y modelos prácticos muy elementales, los cuales buscan ante todo atraerse la simpatía del público... ¡Y qué cosa hay más simpática que la empatía…! Quien trabaja en este campo del control de la conducta difícilmente queda inmune a las vigencias dominantes, y no se olvide que las sociedades occidentales contemporáneas, autodenominadas «sociedades del bienestar», están señaladas por los valores fuertemente comunitarios —la seguridad y la sobreprotección, la solidaridad y la filantropía, la proliferación de los derechos— y poco predispuestas al riesgo, al emprendimiento, a la libre competencia, a extender la libertad al mayor número de actividades humanas…

JPO: En su libro La rebelión de las masas, el filósofo español José Ortega y Gasset se refirió a la «hiperdemocracia» como una enfermedad de la democracia. ¿Ve alguna similitud entre la «hiperdemocracia» y la «apoteosis de la empatía»?
FRG: Los análisis llevados a cabo por Ortega y Gasset en la Rebelión de las masas, siguen siendo válidos y se han visto corroborados a medida que crecía la significación del término «masa». La inercia de la masa tiende a hacer de la sociedad un totum revolutum, un conglomerado amorfo en el que las individualidades y las particularidades son difuminadas hasta el punto de ser borradas del mapa. La «hiperdemocracia» es el marco idóneo donde celebrar la apoteosis de la empatía. En ella no hay jerarquías ni categorías ni meritocracia; hasta, según sostiene el tópico, las simples comparaciones son odiosas… Cualquiera puede ocupar cualquier lugar, no por mérito ni esfuerzo, sino por derecho propio. Los estatus y los lugares son intercambiables sin excepción: las lecciones las dan los alumnos, no los profesores; la división de poderes, condición principal de la sociedad liberal, ha sido reducida a una reliquia de la vieja teoría política; en las familias, los padres están sometidos a los antojos de los hijos; las redes sociales están concebidas para suplantar identidades sin límites, puedes ser hoy uno y mañana otro; etcétera. Si la ilusión de la empatía se hiciese realidad, presenciaríamos la apoteosis del igualitarismo moral.

JPO: ¿Qué peligros producen una tolerancia y una protección sin límites en el marco de la familia?
FRG: Gran parte de las generaciones actuales de padres en las sociedades occidentales son atacadas emocionalmente por un notorio complejo de culpabilidad y un déficit de responsabilidad que les lleva a proteger en exceso a sus hijos (y todo ello, añado entre paréntesis, cuando las parejas se deciden a tener descendencia, pues el problema demográfico en Europa es muy inquietante debido a la caída del índice de natalidad, un hecho que ofrece rasgos, social y culturalmente, suicidas). Por un lado, los padres han renunciado a la tradicional misión de educar a los hijos, labor que traspasan a la escuela. Por otro, les consienten y toleran todo porque temen «traumatizarlos» si les marcan siquiera unas mínimas pautas de comportamiento. En esta situación, repárese en lo siguiente: en el primer caso, los maestros se ponen en lugar de los padres; en el segundo, los padres no instruyen a los hijos — tampoco amonestan ni castigan las faltas que puedan cometer—, porque, ansiando entenderles, se ponen en el lugar de éstos…

JPO: Usted cita en su ensayo al filósofo Bernard Williams, quién escribió sobre la “herejía de los antropólogos” a propósito de la posición teórica según la cual los juicios morales no tienen valor universal, de manera que desde una determinada sociedad sería inadecuado condenar o criticar los comportamientos de otra. ¿Qué tipo de problema representa esta clase de relativismo cultural para la comprensión y el discernimiento de las cosas?
FRG: Principalmente, uno: el relativismo moral hace imposible comprender las cosas. De hecho, ni siquiera aspira a tal objetivo. El proceso del entendimiento exige, por su propia razón, un distanciamiento con la realidad que busca comprender. Esto es particularmente exigible en el ámbito de los saberes prácticos: la ética, la psicología, el derecho, etcétera. Pondré un ejemplo: un juez no puede dictar justa sentencia en un caso de asesinato poniéndose en el lugar del asesino... Para la antropología cultural, a la que se refería Williams, no hay culturas superiores ni inferiores, civilización ni barbarie. Según aquélla, todas son igualmente «respetables», lo cual trastorna el estricto sentido del término «respeto». Desde tal perspectiva, sólo pueden conocerse las sociedades desde dentro, nunca desde fuera. Lo cual es absurdo, porque, vistas así las cosas, la investigación histórica y sociológica se tornaría imposible: nadie es susceptible de estar en todo momento y lugar, a la vez y al mismo tiempo. El correlato político e ideológico de este asunto no es menos siniestro. El relativismo no anima al entendimiento sino que agita el sentimiento, no propone la comprensión sino la conversión. Y téngase en cuenta que la empatía no deja de ser una manifestación de relativismo. Por decirlo en términos comerciales, la empatía aspira a sustituir la sociedad de libre comercio por una comunidad regida por el trueque emocional.


JPO: Usted cita también al filósofo Elias Canetti (1905-1994), en cuyo libro Masa y Poder (1960) habla de la ansiedad y el dolor resultantes de una experiencia incompleta y frustrante, y cómo el peso de la individualidad, cuando se hace insoportable, conduce a la persona a buscar alivio mediante la integración en el grupo. ¿Cree que el análisis de Canetti, realizado durante los años 20 y 30 en Alemania y Austria, puede aplicarse al fenómeno de las masas de hoy en día?
FRG: Masa y Poder de Elias Canetti es una obra nacida en su tiempo, pero, en su condición de pensamiento superior, posee una dimensión universal y perenne, en el que la particularidad convive con la generalidad del asunto en examen; un rasgo que también encontramos en La rebelión de las masas de Ortega y Gasset. Ambas obras nos han ayudado a comprender que el poder de la masa aumenta proporcionalmente al eclipse de las individualidades, a la supresión de las distancias y al progreso de la igualación en las sociedades. En ese sentido, Canetti lleva a cabo una luminosa descripción en Masa y poder de la tenaz ambición de la masa por la igualación mediante un proceso de absorción de los sujetos que acaba por anularlos como entes autónomos. Dicho brevemente: con el avance de la masa, la integración del todo suprime la integridad del cada uno. Pues bien, el postulado «ponerse en el lugar del otro» debe mucho a esa «igualación con lo otro» de la que hablaba Canetti.

JPO: ¿Pierde una persona física su identidad al incorporarse a la masa?
FRG: Desde el mismo momento en que el individuo es engullido por la masa, pierde la propia identidad de persona física… y moral. Físicamente, ya no es un ser pleno y autónomo, sino una parte del todo, una pieza más del conjunto, mera fibra del «tejido social». Atiéndase a esto: dentro del grupo, en el interior de la masa, el sujeto no actúa, simplemente se deja llevar, sigue la corriente; no decide, obedece; no habla, vocifera. Para ilustrar la homogeneidad de un grupo a la hora de manifestarse, suele decirse que «habla como un solo hombre». He aquí el ideal colectivista. Recuérdese, finalmente, que Octavio Paz se refería al Estado como «el ogro filantrópico». Pues bien, no son pocas las voces que equiparan las nociones de «filantropía» y «empatía».

 
JPO: Al final de su libro usted recrea situaciones chocantes de “ponerse en lugar del otro” tomadas de comedias de televisión y películas de Hollywood, cuyos personajes son aparentemente personas que consideraríamos razonables e inteligentes. ¿Cuál es la finalidad de dicho Apéndice en el conjunto del ensayo?
FRG: El ensayo contiene un Apéndice final que he denominado «La empatía, tomada a broma». El propósito del mismo es mostrar de qué manera el postulado «ponerse en el lugar del otro» ha llegado a constituirse en un lugar común, en un «comodín» que se repite no sólo en determinados ámbitos académicos y profesionales, sino también en los medios de comunicación y en el habla común. El cine y la televisión (sin olvidar el cómic y el cartoon) no han quedado al margen de dicha influencia; unas veces de modo explícito, otras, mediante sobrentendidos. La comedia, en particular, es un género perfecto para llevar al límite las situaciones cotidianas, y, por qué no, también al absurdo. Probablemente, dicho Apéndice resulte para muchos lectores más clarificador que los previos capítulos analíticos a fin de percatarse del gran desatino que significa la empatía. La sátira y la ironía suelen ser, por lo común, más persuasivas y efectivas que los esforzados discursos y las sesudas explicaciones.

JPO: ¿Cómo mejorar la comprensión en las personas mediante el uso de la razón?
FRG: En el trato y en el entendimiento con los otros, el sentimiento es necesario e imprescindible. No somos máquinas, sino seres racionales con corazón. No obstante, la vía para la comprensión de las cosas no es el sentimiento, sino la razón. Amamos, apreciamos o aborrecemos al otro no como resultado de una reflexión racional, sino como consecuencia de la experiencia emocional, que acaba condensada en afecto o desafecto. Así pues, cada cosa en su lugar y cada uno en su sitio. Desconfío de las teorías proclives a la mixtura intelectiva y al combinado práctico, es decir, aquellas que ponen los conceptos de razón y sentimiento al mismo nivel, hasta el punto de igualarlos, poniendo una noción en el lugar de la otra, según convenga o interese. 

JPO: Me gustaría agradecerle el haber concedido esa entrevista para el periódico PortVitoria. Muchas gracias y ¡buena suerte con su nuevo libro!
FRG: Muchas gracias a usted por su amabilidad.


Nota
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