martes, 26 de marzo de 2013

LA VIOLENCIA POLÍTICA (VALGA LA REDUNDANCIA…)



Que la vida pública española se encuentra en estos últimos tiempos sacudida por un clima de agitación y radicalización incontenibles es una impresión que va corroborándose cada día que pasa. […]
Que el objetivo primero y último de las movilizaciones y manifestaciones, sean cuales sean los pretextos publicitados, queda circunscrito al empeño de acosar, y a ser posible derribar antes de la hora de las urnas, al Gobierno y al PP, es algo que está fuera de duda. La cuestión problemática reside, entonces, en la valoración que deba hacerse del asunto. Para unos, es probable que todo esto no signifique más que la revitalización de la esfera pública, que se mostraría así radiante en su función propia —De revolutionibus—, o también una muestra ardorosa de la salud democrática del pueblo reconstituido, la exaltación de la opinión pública... Para otros, este horizonte de radicalización y coacción en la escena política conduce sin remedio a un grave deterioro, a una especie de batasunización de la vida pública española.
De entre todas las circunstancias que ilustran la corrupción pública y democrática resalto las siguientes: la persecución, el asedio, la amenaza, la intimidación, la provocación, la criminalización, la agresión… hasta el exterminio, de las personas y fuerzas sociales y políticas que no coinciden con el programa de actuación y con los presupuestos ideológicos considerados como «políticamente correctos», o sea, como manda el Dogma, la Fe y el Partido, la santa alianza de la ortodoxia y el sectarismo.

Se trata de una estrategia inconfundiblemente totalitaria, nacida del fanatismo, el odio y el resentimiento condensados en el hecho simple, frío como el acero, de negar el derecho a la existencia a quienes previamente han sido demonizados, puestos en la picota y en el punto de mira. […]
A partir del momento en que fue desencadenada la cacería contra el Gobierno y el PP desde todos los frentes de la Oposición, y especialmente desde los grupos más extremistas —a quienes irresponsablemente se ha dado vía libre, carta blanca e impunidad para actuar sin control ni límites, sirviéndose de ellos como avanzadilla, guardia de corps, cuerpos de asalto… del batallón general— el ojeo y la batida han unido sus fuerzas en una ofensiva ni siquiera disimulada, sino que exhibida con ostentosa obscenidad […]
Son [los «indignados» y sus variantes] tan arrogantes, se sienten tan impunes, que no tienen nada que ocultar. Lo suyo es la acción directa, la política desnuda y bronca, la «oposición tranquila»… […] Allí donde van [los «enemigos políticos»], un cortejo de sujetos con pancartas, hombres-anuncio, a voz en cuello, el insulto en la boca, el puño en alto, el dedo acusador, les siguen como una plaga, como una peste. Todo muy espontáneo y cívico: la sincera y franca participación ciudadana, la libertad de expresión, dicen algunos. […]

Existe una tentación (totalitaria, añade Jean-François Revel) muy humana, pero execrable, que consiste en dejarse seducir por el empleo del miedo, y aun del terror, con el fin de imponerse a los oponentes políticos. La sugestión de ver al adversario convertido en enemigo y al correligionario en amigo, la fascinación de acosar al contrincante hasta la extenuación o el exterminio, el verlo desesperado, acorralado y a punto de cocción son reclamos demasiado atractivos para que algunos los dejen pasar, cuando la ocasión se presenta. Ciertamente, es preciso haber acumulado grandes dosis de indignación, rencor y resentimiento para poder incubar este huevo de la serpiente. Mas para calentar el ambiente está la Propaganda y la Agitación, la «subcultura del odio».
Según ha mostrado la Historia hasta la saciedad, es tan fácil encender un fuego, como arduo extinguirlo; tarea sencilla es el destruir, pero laboriosa el construir. Resulta cómodo el activar y excitar a los sujetos siempre propicios para la violencia y el desmán con el fin de que abran brecha y faciliten la tarea, la cual con artes democráticas y pedagogía social resultaría más prolija, larga y trabajosa. En especial, cuando se tiene mucha prisa para llegar al Poder o se quiere todavía más Poder.
Sépase, con todo, que la dialéctica de los medios y de los fines en política no permite escisiones ni secesiones ni excepciones. En la práctica política y a la hora de la verdad, ambos, medios y fines, convergen, y los guiones y los protagonistas que escriben la historia salen a relucir, más pronto o más tarde. Quien se asocia con un criminal, acaba siendo su rehén o su víctima.

Extraigo aquí algunos fragmentos del artículo titulado «La coacción como arma política» que publiqué en Libertad Digital el 28 de marzo de 2003, mi primera colaboración con este diario. Ciertamente, la comparación con la situación presente es odiosa…

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