sábado, 23 de febrero de 2013

LA VIA APPIA… A PIE


Durante una de mis muchas estancias en Roma, tomé la decisión de encaminarme hacia la Via Appia Antica, calle mayor, calzada imperial, vieja arteria de entrada y salida de la ciudad que es la urbe de todas las urbes. No completé andando todo el paseo, no vayan a creer. No se trataba de cumplir una promesa ni de una peregrinación ni de hacer un particular «Camino de Santiago» a la romana. Sumergido ya en la ciudad eterna, quería hacer pie en ella, consumar una breve exploración por aquella pisada de la historia —o lo que queda de ella—, un trazado de tan trascendental recorrido, en el que yo también deseaba dejar huella. Los automóviles y las motocicletas me adelantaban, acuchillando la senda de la memoria mellada. Oh, tiempos, oh costumbres éstos en que tantos tontos van en Vespa a casa de la Vesta.

Yo llegué por mi propio pie hasta la Tumba de Cecilia Metela. Como debe ser. Visité con detenimiento el imponente monumento, mortuorio e inmortal. Allí me detuve, y en ese punto se detuvo también el tiempo. Mi mente retrocedió al pasado y sólo volví al presente cuando la guardia pretoriana personal que me protegía desde la distancia acudió para reintegrarme al mundo real... Agradecí, claro está, la atención. Pero, ay, en mi interior lamenté ser despertado de aquel sueño vestigial.








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Como complemento de mi particular caminata, reproduzco a continuación la crónica titulada «La autopista más antigua del mundo», publicada el día 18 de febrero de 2013 en el diario madrileño ABC. Yo pongo, además de la entradilla, las fotos…

«Las autopistas son vías rápidas que cuentan con una calzada diferente para cada sentido de la circulación y en la actualidad forman las redes de comunicación terrestres más modernas de la mayoría de los países del mundo. La primera autopista del mundo contemporáneo se construyó en Italia, en 1921 y unía las ciudades de Milán y Varese.

Sin embargo, tal y como podemos leer en el blog «Culturizando», algunos historiadores sitúan el nacimiento de este tipo de vías más de dos milenios atrás. Concretamente en la Vía Apia, la calzada más importante del Imperio Romano. Esta vía, que recorría los 540 kilómetros que separaban la ciudad de Roma y el puerto de Brindisi, fue construida hacia el año 312 a.C. bajo el mandato de Apio Claudio como censor.

La calzada fue construida a base de piedra basáltica de forma poligonal y una acera de aproximadamente un metro de ancho la recorría por ambos lados. Gracias a sus aproximadamente ocho metros de anchura, la Vía Apia permitía el paso simultáneo de dos carros circulando en sentido contrario. Debido a la gran cantidad de personas que la transitaban a diario, a lo largo de su recorrido abundaban las «stationes», lugares para el cambio de caballos, y las «mansiones», establecimientos que equivaldrían las posadas.

Además, en sus márgenes era posible encontrar numerosos sepulcros, tumbas y otros monumentos funerarios, debido a la prohibición de realizar enterramientos dentro de las ciudades, así como cementerios paganos y los primeros camposantos paleocristianos. Tras la caída del Imperio, la Vía Apia cayó en desuso. A finales del siglo XVII, el papa Pío VI ordenó la restauración de uno de sus tramos, obras de conservación que también acometieron Napoleón o Mussolini.
En la actualidad, esta antigua autopista es la calzada romana más conocida y mejor conservada del mundo y ostenta el dudoso honor de haber sido el escenario en el que el famoso gladiador Espartaco y más de seis mil de sus seguidores fueron crucificados a lo largo del tramo que unía la capital del Imperio y Capua.»



miércoles, 20 de febrero de 2013

INFORMACIÓN Y CONOCIMIENTO EN LA REALIDAD GLOBAL



Cada día más el mundo de hoy es visto y comprendido como una realidad globalizada, una esfera cósmica en donde las partes que la componen están hasta tal punto interrelacionadas que ya no puede decirse que se repartan el planeta sino que lo comparten. Se la denomine «sociedad red» o «sociedad de la información» o «sociedad de la comunicación», lo que parece poco disputable es que la sociedad presente ha alcanzado una edad en que la cantidad y calidad de la información que procesa ya no prueban sólo su grado de madurez y de progreso sino su existencia misma. En nuestros días no es una hipérbole afirmar que lo que no se conoce no existe, pero sí es inexacto sostener que no hay diferencia entre información y conocimiento. Urge, pues, distinguir entre ambas categorías (lo «crudo» y lo «cocido»), así como examinar sus formas de encajar en el tejido social, su grado de crecimiento y extensión.

A tal objetivo se dirigen los estudios actuales de sociología del conocimiento, que haremos bien en no confundir con los denominados «estudios culturales», muy populares en las universidades anglosajonas, ni  tampoco con la «historia de las ideas», desarrollada con maestría por Isaiah Berlin; mientras que aquéllos se preocupan de la cultura desde una perspectiva particularista (desde dentro de una delimitada colectividad o grupo social: mujeres, homosexuales, comunidades étnicas o raciales, orientaciones ideológicas, etcétera) y ésta atiende el examen de las ideas más en su contenido que en su continente (desde dentro del pensamiento y el pensador), la sociología de las ideas se concentra en la investigación histórica de las circunstancias y el contexto que acompaña el despliegue social del conocimiento en su conjunto.

Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot, el trabajo del profesor de Historia Cultural en la Universidad de Cambridge, Peter Burke, representa un buen ejemplo de este enfoque, limitado en esta ocasión a la época moderna temprana, es decir, el periodo que se extiende desde 1450 a 1750, desde la invención de la imprenta de tipos móviles hasta la edición de la Encyclopédie: de Gutenberg a Diderot.

Burke se reconoce continuador de los estudios clásicos de Emile Durkheim y Max Weber, pero también de Karl Marx, Max Scheler y Karl Mannheim, para quienes las ideas remiten necesariamente a un contexto espacial y temporal (clases sociales, periodos, naciones, generaciones) que informa de cómo nacen y crecen las visiones del mundo y los «estilos de pensamiento». 

Desde un enfoque más continuista que rupturista, concede el autor la atención que merecen a las tentativas renovadoras de la «nueva sociología del conocimiento», como la propiciada por autores del tono de Michel Foucault y Pierre Bourdieu, que demandan la consideración del género y la geografía del conocimiento, así como una especial atención a la «microsociología». Esta perspectiva del estudio social (inclusiva más que exclusiva), procura ampliar así el escenario de la actuación social y otorgar el protagonismo histórico no sólo a los actores profesionales sino también al gran público, al conjunto de los ciudadanos.

Resulta de gran relevancia investigar los lugares o sedes en los que emana el saber, así como los medios de transmisión de los que se sirve para llegar a la gente, el control político que soporta, los métodos de archivo y las prácticas de difusión que los atesora y propaga, los hábitos de consumo y los gustos literarios del receptor. Para la «historia social» del saber, el conocimiento está ligado a las universidades, pero no menos a los salones y las academias. Hay información y cultura en los libros, pero también en los periódicos y grabados. Sin duda, no hubiese crecido la ciencia sin los grandes sabios, pero tampoco sin los anónimos suscriptores de gacetas, diccionarios y enciclopedias. En suma, si las sociedades modernas han llegado a la «edad de la información», ello ha sido posible por la fuerza innovadora de unas determinadas ideas emancipadoras y renovadoras, aunque es justo recordar que también por la intervención de artefactos como la imprenta y de movimientos de agitación intelectual como la Encyclopédie.


No es casual la señalización por Burke de estos dos hitos históricos a la hora de comprender cabalmente la construcción de nuestra realidad actual y la invención de la modernidad. Así, nos recuerda que el mundo islámico se opuso desde el mismo instante de su hallazgo a la difusión de la imprenta y por ende a la innovación intelectual, y aunque China la empleó (antes acaso que Occidente), su uso estuvo muy mediatizado por la presión burocratizante de la cultura confucionista, como lo prueba que la Qinding Gujin tushu jicheng, descomunal obra enciclopédica de más de setecientas cincuenta mil páginas (considerado el libro más extenso del mundo) fuera patrocinada por la casa imperial de la época Qing para el exclusivo disfrute de la clase de los mandarines. No cabe, pues, ninguna duda de que el impacto de las tecnologías y las pedagogías de la inteligencia ha sido de suma importancia en la historia social del conocimiento. Bien está que se reconozca y se haga saber.

Bajo el título de «La construcción de la edad de la información» reseñé esta reseña del libro de Peter Burke, Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot (Traducción de Isidro Arias, Paidós, Barcelona, 2002, 321 páginas) en ABC Cultural, suplemento cultural del diario madrileño ABC (5/10/2002).

La reciente publicación del segundo volumen de esta obra, Historia social del conocimiento vol. II. De la enciclopedia a la wikipedia (2012) me anima a reeditar la recensión. Puede leerse una reseña de esta segunda parte del magnífico trabajo de Burke aquí



viernes, 15 de febrero de 2013

'BREVE HISTORIA DE... NAPOLEÓN' DE JUAN GRANADOS



La colección «Breve historia de…», creada por la editorial Nowtilus, ha reservado uno de sus últimos títulos a glosar la vida y la obra de Napoleón Bonaparte. A primera vista, podría uno considerar inalcanzable, una misión imposible, concebir siquiera semejante propósito, por tratarse de un personaje, bizarro donde lo haya, que no se deja reducir, cercar ni estrechar fácilmente. Está en la naturaleza de este caporal corso, llegado a lo más y venido a menos, el resistirse a ser confinado en el reducido islote de una monografía de poco más de trescientas páginas.


Porque Napoleón, quien soñó con dominar Europa y el mundo entero si lo hubiesen dejado, es el epítome de la desmesura, la esencia del carácter excesivo y desbordante, un déspota ilustrado y desbocado, un torrente de acción y pasión que sobrepasa cualquier ribera o frontera. Comandante en jefe de la Grande Armée, constituye uno de los sólidos baluartes sin los que jamás hubiese crecido la noción de la Grandeur de una nación, Francia, que todavía hoy lo tiene por uno de los padres de la patria, una gloria nacional a la que acaso venera por temerlo, más que por amarlo. Bonaparte, quien anheló ser el moderno Alejandro Magno y acabó siendo una especie de Atila, nace y vive con una idea fija que aviva su naturaleza tempestuosa: pasar a la historia.

Y he aquí la fenomenal empresa que Juan Granados acomete con indudable valor y no menor éxito: contarnos el ser y el hacer de Napoleón Bonaparte, y hacerlo con naturalidad y amenidad, recorriendo los principales capítulos de la existencia del autoproclamado «Sire» con la vivacidad de un paseo militar, con la seguridad y el aplomo de quien conoce al dedillo el terreno que pisa y el itinerario que recorre. 

La doble condición de historiador y novelista, felizmente reunida en el autor, favorece la labor. La profesión de historiador, por una parte, permite desplegar el relato de los hechos con rigor y fundamento, al tiempo que controlar los tiempos y las medidas, de manera que la corriente de los acontecimientos referidos sí fluya — en su caso, sin derramarse— por los márgenes convenientes de una monografía de este género, en el que la concisión manda, aunque sin traicionar la necesaria elucidación del tema en curso. El oficio de escritor asegura, por su parte, que el lector siga con interés y sin flaqueza el argumento de la historia.


No es sencillo, en efecto, resumir y al tiempo explicar naturaleza tan fisiológicamente volcánica como la de Napoleón, un hombre que se define por su instinto, por su impulso, por no hablar de pulsión. Hombre con muchos atributos, es, no obstante, un tipo sin principios. Nacionalista corso, reconvertido en patriota francés, es alérgico a las pequeñas naciones; su cabeza sólo concibe grandes naciones —en realidad, sólo una Nación: su Francia—, a quienes los demás deben plegarse. Hombre menudo, es enemigo de lo mínimo. Hijo de la Revolución, es un profundo conservador que termina detestándola cuando ésta se revuelve contra su majestad. Republicano de origen, se corona a sí mismo Emperador. Profesa todas las religiones y ninguna en particular. No puede creer en Dios, porque, devoto monoteísta, sólo cree en él mismo. Se mete en política sin conocer ni gobernar las artes de la diplomacia, las maniobras parlamentarias o las intrigas de salón. Militar de casta, sólo observa el manual del ordeno y mando. Paradigma del estratega, actúa, en fin, como un pragmático; dice Stendhal de Napoleón que «nunca había tenido un plan». Y, con todo, no cesaba de urdir descomunales proyectos.

Todo este totum revolutum, tal marejada de ideas y creencias, hazañas y sentimientos, que bullían en un solo hombre, en un hombre solo, era menester ser concentrado en un texto ágil y claro, denso y a la vez inteligible. Y a fe que Juan Granados ha logrado vencer las dificultades y mostrarnos el paisaje de una época antes, durante y después de la batalla, las campañas de un caporal corso que hizo temblar a Europa y no dominó el mundo porque no le dejaron. La aventura de este guerrero, que en Waterloo perdió la batalla, fue rematada en la isla de  Santa Elena. La vida de Napoleón Bonaparte acabó como empezó: procurando huir de una pequeña isla para ganar el continente.



JuanGranados (La Coruña, 1961) es catedrático de Historia e Inspector de Educación. Se especializó en Historia Económica en Florencia y ha investigado y publicado artículos sobre los intendentes españoles del siglo XVIII y su relación con el desarrollo de la construcción naval. Ha participado en la edición de varios libros de Historia como Historia de Ferrol, Historia Contemporánea de España o Historia de Galicia. En el ámbito de la ficción en 2003 publicó la novela Sartine y el caballero del punto fijo, novela que comenzó una saga que ha continuado con Sartine y la guerra de los guaraníes. Es además autor de El Gran Capitán. En Ediciones Nowtilus ha publicado Breve historia de los Borbones españoles.
Colabora con diversos medios de comunicación: durante siete años escribió una sección, El barril del amontillado en El Correo Gallego, actualmente  publica una columna semanal en ABC Galicia titulada «Entre brumas». Dirige la Revista Galega do Ensino (EDUGA) y colabora periódicamente con Anatomía de la Historia.

martes, 12 de febrero de 2013

¿ES ESPAÑA UN PAÍS CON PORVENIR?



Releo un libro verdaderamente asombroso. Felizmente sorprendente. El trabajo del sociólogo español Víctor Pérez-Díaz, Una interpretación liberal del futuro de España. En rigor, más que un ensayo, lo que se nos ofrece es nada menos que un manifiesto liberal contemporáneo español.
Los asuntos allí tratados se concentran en los terrenos económico, social, educativo y político, y manteniéndose a distancia de planteamientos de crepúsculo noventayochista y de aurora postsesentayochista, circulan por la senda del liberalismo, desdichadamente menospreciada dentro de nuestras fronteras, aunque definitivamente revelada como la más factible en el mundo que viene, globalizado y sin fronteras. Precisamente en este prejuicio pasado y en la rutina presente residen dos perceptibles causas del déficit de crecimiento y desarrollo en España. A ellas se suman otras:
     los obstáculos interpuestos a la plena liberalización de la economía
     las severas resistencias a los programas de reformas y modernización (hasta «sus últimas consecuencias» y en los más variados frentes)
     las deficiencias del modelo educativo español (rígido, pacato, corporativista, ideologizado)
     la vigencia del modelo de sociedad clasista y clientelar (que privilegia el modelo estatalista e inmovilista del denominado «Estado de bienestar» a costa del desarrollo de la sociedad civil y abierta)
     y, en fin, las políticas públicas reincidentes, partidistas y autonómicas, poco proclives a primar la estabilidad, el funcionamiento del Estado y del sistema democrático, así como la lealtad institucional y constitucional, sobre el devenir de las contiendas electorales y la alternancia del poder.
Por todo ello no es posible evitar la sospecha de que el futuro de España (país lento y lastrado) dependa más de factores externos que internos. La conclusión, empero, no es pesimista.
Aunque (o precisamente porque) afrontamos un mundo globalizado que aumenta en complejidad, nuestro futuro, afirma Pérez Díaz, pasa por simplificar las cosas y aportar la vía de la resolución de conflictos a través de la elección racional que garantiza la estrategia liberal, a saber, España en Europa (entendida como orden en libertad y «superpotencia civil») y fortalecida por alianzas internacionales (en especial, el Reino Unido y Estados Unidos).

Cuando hace más de cincuenta años, un gran liberal español, José Ortega y Gasset, hacía balance de su ensayo España invertebrada (1921) y del diagnóstico que en él hacía sobre la perspectiva del país, llegó al siguiente resumen que muy bien podría aplicarse al sentido y alcance último del trabajo de Pérez-Díaz:
«Vistas las cosas así, los jóvenes españoles pudieron aprender en mi libro algo nuevo y alentador: que la “España mejor” no está, acaso, en el pasado, sino en el porvenir. Mi pequeño libro no era sino un impetuoso intento para abrir una brecha en el horizonte cerrado que la historia presentaba a mi país.» (Anejo a La rebelión de las masas).

Ofrezco aquí una versión levemente corregida y reducida de la reseña del libro de Víctor Pérez-Díaz, Una interpretación liberal del futuro de España, Taurus, Madrid, 2002, que publiqué, con el título «Un país con porvenir», en el suplemento cultural ABC Cultural, Madrid, nº 548, 27 de julio de 2002, p. 18.




domingo, 3 de febrero de 2013

CIEN AÑOS DE LA GRAND CENTRAL STATION EN MANHATTAN: ALL ABOARD…

FRG

Ofrezco aquí un tributo a uno de los edificios más emblemáticos de Nueva York, la Grand Central Station, tan grande y hermosa que celebró los 100 años el día 1 de febrero de 2013. La estación terminal está situada en la calle 42, coronando Park Avenue. All aboard


FRG


FRG

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Today New York’s Grand Central Station turns 100 Pictured, looking toward Grand Central Station where new center north of Grand Central (Pan Am building) would be built. More photos here (Andreas Feininger—Time & Life Pictures/Getty Images) via life