sábado, 24 de marzo de 2012

HUELGA, GENERALMENTE POR EFECTO DE COACCIÓN Y VIOLENCIA



Existe una tentación (totalitaria, añade Jean-François Revel) muy humana, 
pero execrable, que consiste en dejarse seducir por el empleo del miedo, y aun del terror, con el fin de imponerse a los oponentes políticos. La sugestión de ver al adversario convertido en enemigo y al correligionario en amigo, la fascinación de acosar al contrincante hasta la extenuación o el exterminio, el verlo desesperado, acorralado y a punto de cocción son reclamos demasiado atractivos para que algunos los dejen pasar, cuando la ocasión se presenta. Ciertamente, es preciso haber acumulado grandes dosis de indignación, rencor y resentimiento para poder incubar este huevo de la serpiente. Mas para calentar el ambiente está la Propaganda y la Agitación, la «subcultura del odio».


Según ha mostrado la Historia hasta la saciedad, es tan fácil encender un fuego, como arduo extinguirlo; tarea sencilla es el destruir, pero laboriosa el construir. Resulta cómodo el activar y excitar a los sujetos siempre propicios para la violencia y el desmán con el fin de que abran brecha y faciliten la tarea, la cual con artes democráticas y pedagogía social resultaría más prolija, larga y trabajosa. En especial, cuando se tiene mucha prisa para llegar al poder o se quiere todavía más poder.


Sépase, con todo, que la dialéctica de los medios y de los fines en política no permite escisiones ni secesiones ni excepciones. En la práctica política y a la hora de la verdad, ambos, medios y fines, convergen, y los guiones y los protagonistas que escriben la historia salen a relucir, más pronto o más tarde. Quien se asocia con un criminal, acaba siendo su rehén o su víctima.

Fragmento de un artículo que publiqué en el Libertad Digital, con el título de «La coacción como arma política», el 28 de marzo de 2003. Se trata de mi primera colaboración con el diario, una colaboración que se extendió a lo largo de cinco años.

martes, 20 de marzo de 2012

MONUMENTAL «LINCOLN MEMORIAL» EN WASHINGTON D.C.



En la primavera de 2005, aprovechando una estancia en Nueva York, hice una escapada a Washington D.C. Alrededor de dos horas de tren desde la Gran Manzana hasta la capital de los Estados Unidos de América. Sabía que no podría ver mucho en aquella visita relámpago a la gran ciudad del Estado de Virginia, allí donde la distancia más corta entre dos puntos de interés la definen, en efecto, líneas rectas con forma de largas e inacabables avenidas. Empezaba a hacer el calor húmedo propio de este lugar en las proximidades del verano, de manera que tampoco era cuestión de querer abarcarlo todo, bajo un sol que no sé por qué diantres lo llaman de justicia, en unos pocos días y acabar muriendo en el intento.

Había que acercarse a lo fundamental. Y lo fundamental para mí, lo que tantas veces había soñado con realizar, era, en primer lugar, rendir homenaje al presidente Abraham Lincolnen el monumental Lincoln Memorial situado en uno de los extremos del National Mall. Me expreso como si se tratase de una peregrinación. Así es, en efecto. Este espacio tiene algo de sagrado. ¿Algo? Bueno, bastante, bastante…




 Además de la grandiosidad del lugar y la majestuosidad de la efigie central, admiré sobrecogido la inmensa placa fijada a una las paredes que reproduce la Gettysburg Address, declaración en la que Lincoln proclamó la igualdad de todos los seres humanos, no importa dónde hayan nacido, la raza a la que pertenezcan o la religión que profesen. Mientras leía el célebre discurso tallado en la piedra, dos niñas de color se aproximaron a la base de la inscripción. He aquí recogido este momento feliz.


Recorría este lugar sereno, propicio para la meditación, y me conmovía pensar el contraste que producía contemplar la estatua imponente en memoria de un hombre grande, pero a la vez sencillo y aun rústico. Cuando abandoné el templo, recordé de pronto una sabrosa anécdota sobre Lincoln que leí hace mucho tiempo.
El Presidente de los Estados Unidos de América recibe al embajador de Inglaterra en sus aposentos mientras acaba de vestirse:
El embajador de Inglaterra: Los caballeros ingleses nunca lustran sus botas.
Abraham Lincoln: (quien, en efecto, estaba lustrando su calzado, levanta la cabeza y pregunta): ¿Las botas de quién lustran ustedes?




sábado, 17 de marzo de 2012

¿CONSENSO ANTIFASCISTA O SIMPLE COARTADA?

Foto: Aleksandr Rodchenko

«De este modo, la resistencia contra el nazismo se convirtió a partir de 1945 en una de las principales bases del pacto fundacional de los sistemas políticos y sociales de varios países europeos. El consenso antifascista sirvió de piedra sobre la que se elevaron los modelos de Estado de Bienestar pero también del socialismo de Estado. [...]

[En Francia] La mitología de la autoliberación, de la masiva participación de los franceses en la lucha contra el invasor, continuaría casi invariable hasta el 1968. La importante diferencia entre la realidad y el deseo se cubría con patriotismo y palabras conmovedoras. [...] No es por ello banal el hecho de que cuando De Gaulle volvió al poder en 1958 —el principio de la V República — comenzara una campaña de construcción de monumentos a la resistencia, de creación de lugares de memoria y de general revalorización de la tradición resistencial. [...]

Foto: Aleksandr Rodchenko
 [En Alemania] Pese a ello, sólo a partir de la reunificación alemana de 1990 comenzó la obsesión por la resistencia. Ésta acabaría llevando a una especie de carrera para demostrar que la acusación de Daniel Goldhagen de participación general de los alemanes en la persecución de los judíos, quedaba puesta en entredicho a causa de las dimensiones —inesperadas— de la resistencia. A cambio, y muy pronto, la resistencia de sus compatriotas forzados —o no— a vivir en el Este, bajo el gobierno del Partido Socialista Unificado —la «zona de ocupación soviética»— se convirtió pronto en parte del discurso histórico de la RFA. El hecho de que el 17 de junio —el día del levanta contra el SED en 1953— se convirtiera de inmediato en «Día de la Unidad Alemana» y fuera festejado con pompa durante años, nos muestra cómo la resistencia anticomunista estaba —en las condiciones de la Guerra Fría— legitimada. Las persistencias del nacionalismo en el discurso político anticomunista eran además evidentes.

Por el contrario, la República Democrática Alemana, la Alemania comunista, construyó su identidad legitimándola explícitamente a partir de la resistencia. [...]

[Por su parte] el Estado soviético que sobrevivió triunfante a la barbarie nazi construyó su nueva identidad y su nueva legitimidad a partir de la traumática guerra de liberación nacional, la «guerra patriótica».

José M. Faraldo, La Europa clandestina. Resistencia a las ocupaciones nazi y soviética 1938-1948 (fragmentos)

viernes, 9 de marzo de 2012

'TANTOS TONTOS TÓPICOS' de AURELIO ARTETA



Aurelio Arteta, Tantos tontos tópicos, Ariel, Barcelona, 2012,  240 páginas

Hasta el propio título del libro envuelve la gran ironía desde la que está escrito este ensayo ejemplar. Cada día que pasa, el lenguaje vulgar no sólo impacta en el vulgo raciocinio de la gente ordinaria. Afecta al público, en general, sin distinciones. ¿O debemos expresarnos con corrección política, y decir el «respetable público»? Las sociedades posmodernas llevan tiempo igualándose por lo bajo, a una velocidad de vértigo. Las tareas de la educación y la cultura exigen mucho dinero y mucha subvención, pero hablar de calidad y de excelencia en estos ámbitos suena a cosa antigua, rancia, reaccionaria.

Los actores en el nuevo cine español (o no español) hablan como la gente de la calle; o sea, mal. Lo mismo que los jóvenes escritores, que cuentan sus cosas, tal y como les han ocurrido en su larga experiencia, lo que les ha ocurrido; o sea, fatal. ¿Cómo hablan en televisión los personajes que pueblan los platós, los programas de entretenimiento, los reality shows, y hasta los mismos telediarios? Bueno, de la televisión mejor no hablar... Hoy, el paradigma del habla reside en el mundo de la política y del deporte, valga la redundancia. He aquí el espejo donde se mira la muchedumbre. Y no digo más.

¿Qué dicen por ahí? Nada, en realidad. Pero todos hablan y chatean, platican y repiten lo que oyen. Opinan y comentan sobre cualquier asunto, por complejo que sea. Aprueban o desaprueban a los demás con un simple «me gusta» o «ya no me gusta». Y dialogan, dialogan mucho, que es actividad muy moderna, muy bien vista y muy de nuestros días. La sociedad se ha convertido en una masa parlanchina que, las más de las veces, no sabe ni lo que dice.

La gente habla y oye, pero no escucha. Ni siquiera a sí misma. De hacerlo tal vez corrigiese sus errores y sin sinsentidos. Llenaría de contenido sus frases vacías. Pero, hemos llegado a un punto en el que nadie quiere recibir lecciones de otro. ¿Filósofo? ¿Sabio? ¿Profesor? ¿Maestro? Nada de eso. Déjate de filosofías. Todo es muy relativo. Además, ¿por qué unos tienen que expresarse mejor que otros? Todos tenemos alguna parte de razón, ¿no? No debemos juzgar a nadie, ¿verdad que no?


Con el tópico hemos topado. Y es, precisamente, el tópico, el lugar común, la frase hecha, el ordinario lenguaje que se va extiendo en la sociedad como una riada que todo lo inunda y lo empantana. Porque esto quizá no sea lo peor de todo: la mayoría de la gente cree que los tópicos son sólo palabras, una forma de hablar, como cualquier otra, que no hace daño a nadie, que igual da.

El profesor Aurelio Arteta ha tenido el buen propósito de llamar la atención sobre los tremendos deterioros que para la salud intelectual, moral y políticas de comunidad comportan el sostener tamaños disparates. Primero, decirlos. Segundo, quitarles importancia. Se trata, entonces, de descubrir la estafa y el delito, pero también de explicar la causa. «Tal es la función primera de los tópicos: acomodarnos al grupo, arroparnos con «lo que se lleva», vestirnos a la moda verbal del momento a fin de llegar a ser de los nuestros.» (pág. 10). En cuanto a las soluciones. Muy no hay que perder nunca la esperanza...

Afirmaba el filósofo español José Ortega y Gasset que las ideas las tenemos y en las creencias estamos. Claro pensamiento, perfecto castellano. ¿Y cómo estamos en la actualidad? Pues, en una situación manifiestamente mejorable. Anegados por la coletilla y el cotilleo, por la apostilla que da la nota. ¿Algo que añadir?

«Mi cuerpo es mío; Respeto sus ideas, pero no las comparto; Bueno, es su cultura; Todos somos culpables; No es nada personal; Sólo cumplo con mi deber; Una cosa es la teoría y otra la práctica; Desapruebo lo que dices, pero defiendo tu derecho a decirlo; Todas las opiniones son respetables.»

Como loros salidos de la jaula. ¿Los tópicos? Tantos tontos que ya no caben más. ¿O sí? Todo puede pasar...

 
Aurelio Arteta es catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País Vasco. Autor de ensayos éticos, entre ellos La compasión. Apología de una virtud bajo sospecha (1996) y La virtud en la mirada. Ensayo sobre la admiración moral (2002). Editor y coautor de manuales universitarios como Teoría política: poder, moral, democracia (2003) y El saber del ciudadano. Las nociones capitales de la democracia (2008). Su último trabajo ha sido Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente  (2010).



miércoles, 7 de marzo de 2012

VISITA A LA CASA DE SPINOZA EN LA HAYA



En junio del año 2006, aprovechando una breve estancia en Ámsterdam, me acerqué a la vecina ciudad de La Haya, con el objetivo expreso de visitar la casa donde murió el filósofo Baruch de Spinoza. Un pensador al que tengo por el filósofo por excelencia, creador del sistema filosófico más sabio y mejor construido (more geometrico) de la historia de las ideas. El pensador por elegancia sería, también a mi juicio, José Ortega y Gasset. 

Uno es previsor y suele preparar los viajes a conciencia, aunque, por lo que diré a continuación, no lo suficiente. Debes saber, amigo lector y viajero, que la vivienda en la actualidad es un domicilio privado. Abierto al público sólo algunos días al mes y previa cita con el propietario. Yo, ay, por entonces, no lo sabía. 

Me planto ante la casa. La dirección es la correcta: Paviljoensgracht 72-74. Sendas placas fijadas en la pared dan fe de mi hallazgo. Llamo a la puerta. Desde una de las ventanas del primer piso aparece un sujeto que me dedica unas palabras que suenan a neerlandés. Yo le indico, en algo parecido al inglés, mi intención de visitar la buhardilla donde residió mi filósofo de cabecera desde 1671 hasta 1677. Será sólo un minuto y no deseo molestar. Me indica que aquella es una residencia privada. Replico con el filosófico argumento de que me he desplazado expresamente desde España hasta Holanda con el ferviente deseo de rendir homenaje al divino Spinoza. Nada que hacer. Cita previa y a ponerse en cola. 

Uno que es un convencido defensor de la propiedad privada, y además respetuoso para con la intimidad de las personas, no insiste más y se recoge en el estoicismo para consolarse. Tuve tiempo y serenidad suficientes para tomar (y ser inmortalizado en) estas fotografías, que ahora te presento a ti, amigo lector y viajero.