martes, 28 de febrero de 2012

¡CUIDADO! GASTO PÚBLICO PELIGROSO


     

El que avisa (ahora) es traidor. El Partido Socialista anima a emprender una campaña de movilizaciones contra la tímida reforma laboral puesta en marcha por el Gobierno presidido por Mariano Rajoy. ¿Variante de «terrorismo urbano»? ¿Pánico en las calles? ¿Cuchillos largos en sesiones de mañana, tarde y noche? ¿Orden indirecta de asalto a las sedes del PP y los domicilios privados de sus militantes? ¿Inicio de la campaña de acoso y derribo del Gobierno actual a través de la «acción directa» y la «lucha callejera»? ¿Cómo en los tiempos del Prestige y la Guerra de Irak? ¿Con vistas a acabar en otro 11-M…?

La cosa tiene guasa. Especialmente, el cartel/pancarta que sirve de presentación a la reposición del primer acto de esta tragicomedia nacional. Una valla con el rotulo «¡Atención! Reforma peligrosa»


Propaganda concebida por los artífices de los Planes E, T, de la A a la Z. El partido del Gobierno Zapatero, que mientras reabría las fosas y las heridas de la Guerra Civil, rompía los pueblos y las ciudades con miles de obras inútiles y/o suntuosas, abría zanjas por doquier, buscando así el atajo para salir de la Crisis, pero metiendo a España en el callejón sin salida de una deuda pública y un déficit público insostenibles, próximos a la bancarrota, a la quiebra nacional, al abismo. El partido que animaba a sancionar a los comercios que rotulasen en castellano en determinadas zonas de España, ese mismo partido rotula en franco español que las reformas son peligrosas... ¡Los muy progresistas!

Les recuerdo, amigos míos, que la calle donde intento sobrevivir sigue bajo la piqueta de la obra pública, desde el año pasado. Y lo que te rondaré, morena. Los Gobiernos Autonómicos bajo el mando del Partido Popular, siguiendo la doctrina socialista, quieren demostrar que son más «sociales» que los socialistas. ¡Ojo con los políticos! ¡Presupuesto en peligro! ¡Vigilen los bolsillos! ¡Más subidas de impuestos!


domingo, 26 de febrero de 2012

FOTOGRAFÍAS DE LEWIS HINE EN MADRID

Medianoche en el puente de Brooklyn, 1906

 Del 11 de febrero 29 de abril de 2012, en la Sala de Exposiciones Recoletos de la Fundación Mapfre en Madrid, se ofrece una singular muestra fotográfica que recoge 170 imágenes tomadas por Lewis Hine (Wisconsin, 1874 - Nueva York, 1940), procedentes de la George Eastman House (Rochester, Estados Unidos).

En el cine, podemos distinguir entre película y documental. En fotografía, cabe una distinción similar: el documento (el reportaje, la crónica) y el trabajo artístico. Ambas facetas están presentes en la obra de Hine, aunque en la presente muestra cobra protagonismo la primera de ellas. Dominan la escena los retratos, bustos callados, que no sólo miran a la cámara, sino que además hablan al visitante, al espectador (¿o será mirador?).

Para mi gusto, tienen mucho más valor las instantáneas artísticas, las imágenes tomadas con voluntad de creación y movimiento, y no tanto de recreación de foto fija; «retratos laborales» son denominadas en el catálogo de la exposición. De entre todas las series realizadas por Hine, sobresale la dedicada a la construcción del Empire State de Nueva York en los años 1930 y 1931. No hallamos aquí ahora muchos de estos trabajos, aunque sí algunos de los más célebres, sin que pueda faltar Ícaro sobre el Empire Building, 1931.


Instantánea de un chico vendiendo periódcos en la calle, 1912

Patio de juegos en un pueblo industrial, 1909

Hora del almuerzo, Nueva York, 1910

Buscando empleo, East Side, Nueva York, 1912
Soltero desempleado, Jere, cuenca hullera de Scott's Run, Virginia, 1936

Familia de color frente a la chimenea, 1920

Metalúrgico sobre una viga, tocando la punta de edificio Chrysler, 1931





martes, 21 de febrero de 2012

VIDAS DE PITÁGORAS



David Hernández de la Fuente, Vidas de Pitágoras, Atalanta, Gerona, 2011, 438 páginas

El primer gran acierto del presente libro está en el título del mismo: Vidas de Pitágoras. «Vidas» en plural, no simplemente «vida». Esto es así porque la persona de Pitágoras ha ido siempre unida a la leyenda del personaje. No se trata de un caso único. Algo similar ocurre con otros grandes prohombres de la Antigüedad; Homero, por ejemplo, poeta grandioso cuya mención remite unas veces a un nombre propio y otras, a un colectivo de escritores anónimos. Y si avanzamos unos cuantos siglos en adelante, dicha especulación intelectual sobre la auténtica personalidad de nombres tan ilustres ha llegado a alcanzar al mismo William Shakespeare. Es por este motivo que resulta habitual en los estudios históricos y filosóficos hablar de pitagorismo o escuela pitagórica, en lugar de Pitágoras, en singular.

De lo que sí disponemos fundada información es de la existencia en Crotona de una poderosa secta liderada por Pitágoras de Samos, quien gobernó dicha ciudad, tanto en el plano material como espiritual, hasta que un brusco cambio político le obligó a huir de la ciudad. Los pitagóricos, conformaban, en efecto, una agrupación política, pero, al mismo tiempo, una secta religiosa, una escuela filosófica, una hermandad de sabios, unidos por un afán profundo de conocimiento, pero también de intervención en la praxis pública.

Pitágoras, tomado en la época como algo más que un filósofo, recibió la categoría de «hombre divino», un ser con superiores poderes de comprensión e interpretación de los supremos misterios de la naturaleza. No constituye tampoco esta circunstancia una novedad en la historia de la filosofía, aunque lo cierto es que en el caso del pitagorismo adquirió unos rasgos extraordinarios, incluso excéntricos, pero de ninguna manera «desorbitados»; de hecho, sostenían que el orden del cosmos provenía de la razón matemática, la cual hacía posible que cada cosa (por ejemplo, cada astro o criatura viviente) estuviese en su lugar, siguiese su camino u órbita y cumpliese con su función según la ley universal que rige la totalidad.

Tales, considerado primer filósofo de la historia, llevó a cabo, asimismo, tareas políticas y de orden práctico (ingeniería y urbanismo) en la ciudad de Mileto. Por otra parte, el impacto que tuvo el saber oriental (el chamanismo, el orfismo y otras doctrinas provenientes de las grandes civilizaciones de Persia, la India o China) sobre el incipiente racionalismo filosófico no fue algo excepcional en la escuela milesia o la pitagórica, sino que afectó a todos los sabios de la etapa arcaica y clásica de mayor o menor manera. El mismo Platón, siglos más tarde, todavía se servía de figuras mitológicas y poéticas (el mito de la caverna es el más conocido) para dar forma a la teoría de las ideas; igualmente, su vocación política, teórica y práctica, es de sobras conocida. Pero, ciertamente, en el pitagorismo, todos estos aspectos adquieren una expresión mucho más elevada y marcada que en ninguna otra en Grecia.

No sólo Pitágoras disfrutaba de atributos divinos. Los números también los poseían, representando cada uno de ellos fuerzas y entes identificables. El número 10 era tenido por sagrado. Los pitagóricos hablaban de la armonía celestial en el cosmos, concebido como «diapasón musical», que emitía la música de las esferas. El célebre teorema de Pitágoras es sólo un resultado concreto, aunque celebérrimo, del gran impulso que le dieron al saber matemático. Por la misma razón interior de todas las cosas, al que se le sumó la creencia en la transmigración de las almas, se cuenta que en Crotona, bajo el mandato pitagórico,  el consumo de determinados alimentos estaban proscritos (verbigracia, las habas), así como el tránsito por contadas calles, al entender que servían como medio o vía para la circulación de las ánimas.

La historia documentada del pitagorismo ha convivido desde siglos con la leyenda, pero también hasta con la burda invención y la farsa. Por este motivo, la lectura de Vidas de Pitágoras ayuda a clarificar y ordenar el amplio material acumulado en torno a este hombre y este nombre que ejemplifican la gesta del gran paso que dio la humanidad desde imperio mental del Mito al dominio intelectual del Logos. Una travesía que tuvo más de lenta transición que de súbita ruptura con el pasado. David Hernández de la Fuente se alinea en el libro con aquella tradición interpretativa que ha primado más en Pitágoras los rasgos religiosos que los estrictamente filosóficos y científicos, unos rasgos que habría que reconocer, en rigor y justicia, a los seguidores del maestro, los conocidos como «pitagóricos posteriores»; por ejemplo, Filolao y Arquitas.

Con las siguientes palabras resume el autor el propósito de este trabajo: «Es preciso ofrecer aquí una visión que combine tanto los temas legendarios y el pensamiento mítico, tan caro al Pitágoras de las biografías antiguas que aquí se presentan, como la actividad social y política de su secta, todo ello desde una aproximación que evoque la fascinante influencia de esta figura en los orígenes de la tradición intelectual de Occidente.» (págs. 14 y 15).

El volumen, exquisitamente editado como es habitual en la editorial Atalante, está dividido en dos grandes secciones. La primera, consagrada al estudio, propiamente dicho, del pensamiento pitagórico, en las amplias áreas y perspectivas en que se extendió. La segunda recoge testimonios clásicos de la vida de Pitágoras, las ya conocidas de Porfirio de Tiro o Diógenes Laercio, más, como novedad, el texto (el más antiguo conservado sobre el personaje) compuesto por el historiador griego Diodoro de Sicilia (siglo I. A.C.), junto a los del patriarca Focio de Constantinopla (siglo IX) y el breve epítome de le enciclopedia bizantina Suda (siglo X).


David Hernández de la Fuente (Madrid, 1974) es escritor y profesor universitario, especializado en religión griega, antigüedad tardía e historia del platonismo. Doctor en filología clásica y sociología, es autor de los ensayos Oráculos griegos (Alianza) y Bakkhos Anax (CSIC), así como de numerosos artículos en revistas académicas y ediciones de autores clásicos, y ha coordinado la obra colectiva New Perspectives on Late Antiquity (Cambridge Scholars Pub.). Como autor de narrativa ha publicado Las puertas del sueño (Premio de Arte Joven 2005 de la Comunidad de Madrid), Continental (2007) y A cubierto (Premio Diputación de Valencia 2010).




domingo, 12 de febrero de 2012

«EN EL PAÍS DEL ARTE». VICENTE BLASCO IBÁÑEZ DE VIAJE POR ITALIA




Vicente Blasco Ibáñez, En el país del arte. Tres meses en Italia, Prólogo de Rosa María Rodríguez Magda, Ediciones Evohé, Colección El Periscopio, 271 páginas


«Es el Mediterráneo el mar de los recuerdos. No puede pensarse sin profunda emoción que las mismas aguas que nos mecen son las que un día se abrieron por vez primera ante el cóncavo vientre de las naves fenicias, que llevaban en su seno, bajo las velas de púrpura, la civilización y la vida al Occidente europeo; las que, rodeando con espumas y peces voladores la esbelta birreme griega, hicieron soñar al navegante poeta con las sirenas, los tritones y la Venus esplendo­rosa de belleza y seducción, creando el más hermoso de los cultos; las que presenciaron los sangrientos abordajes y el cruzar de férreos espolones entre cartagineses y romanos; y las que siglos después fue­ron testigos de la heroicidad aragonesa, sufriendo el peso de nuestras invencibles galeras, lamiendo, mansas, los férreos escudos de los al­mogávares que empavesaban sus bordas, y reflejando el trono indes­tructible de Roger de Lauria, aquel alcázar de popa, desde el cual el gran almirante de Aragón, soberbio y tenaz como nuestra raza, juraba que los peces no surcarían el Mediterráneo sin ostentar sobre el lomo, como símbolo de sumisión, las cuatro barras de sangre.»


Con el permiso de los editores de este magnífico volumen que recoge el viaje por Italia realizado por Blasco Ibáñez en 1886, reproduzco uno de sus momentos más hermosos, aquel en el que, en pocas líneas, el novelista valenciano retrata la inmensidad material, espiritual y simbólica del mar Mediterráneo, del Mare Nostrum. Blasco escribe este libro de viajes a los 19 años, pero el genio narrativo del escritor ya está presente y bien patente.

Cerca del mar, porque yo también nací en el Mediterráneo, leo con gozo las crónicas viajeras de Don Vicente. Como reza el lema de la editorial que ha hecho posible esta publicación: Verba volant, scripta manent.






jueves, 2 de febrero de 2012

EN EL HOTEL AMERICAN DE ÁMSTERDAM



«A partir de 1933, Klaus Mann, el hijo mayor de Thomas Mann, ha creado en Amsterdam Die Sammlung, una revista de la emigración. El hotel American, que es hoy un monumento art déco, se convierte en su puerto de atraque. Pasa en él más de cinco meses al año. En Das Wendepunkt, evoca a todos aquellos con quienes, en la terraza del hotel, bebía oude genever, y con quienes “saboreaba apetitosos taquitos de queso holandés o un arenque fresco”: Spender, Isherwood y Wystan Auden, que, al casarse con Erika Mann, su hermana, su cómplice, su paredros, acaba de ofrecerle la nacionalidad inglesa.

Observa que a la mayoría de ellos los han matado, o se han suicidado: Ernst Taller en Nueva York en 1939; Joseph Roth, matándose «poco a poco a fuerza de beber, en medio de sus colegas y admiradores; Odon von Horwath, “guillotinado en París por un pacífico árbol” un día de temporal en 1938, en los Campos Elíseos, poco después de haberle dicho: “No les tengo mucho miedo a los nazis [...], tengo miedo a la calle. Las calles pueden hacerte daño, las calles pueden destruirte. Las calles me dan miedo”. 

Y Kurt Tucholsky, quien puso fin a sus días en 1933, en Suecia, “no sin antes haber expresado su desesperación de otras formas”... y René Crevel, a quien Klaus Mann amó, y que se reunía con él en Ámsterdam, sólo "o en compañía de una elegante suramericana que se permitía por esa época". "La llama de su mirada amplia, abierta, violenta, no conocía ni compromiso, ni compasión". Crevel se suicidó en 1935. Klaus Mann en 1949.»

Natalie de Saint Phalle, Hoteles literarios. Viajes alrededor de la Tierra, Alfaguara, Madrid, 1994, pág. 34.



Leyendo la crónica de Saint Phalle a propósito de crónicas literarias relacionadas con el hotel American en Ámsterdam (Holanda), da la impresión de que a este albergue le acompaña un halo de fatalidad y de muerte. Me he hospedado dos veces en el American, los años 1992 y 2005. Y he salido vivo de la experiencia, aunque de milagro. En verdad, no es el lugar apropiado para ponerse uno enfermo y que los servicios del hotel te atiendan como es debido. No entraré en más detalles, porque uno es un tanto hipocondríaco y aprensivo, y, sobre todo, porque es éste un blog de viajes y no sobre temas de salud.

El edificio art decó que acoge al American es imponente, magnífico. Al menos en el aspecto exterior. El interior, las habitaciones y el servicio... dejan bastante que desear.






Capítulo aparte es el American Café, en la planta baja del hotel. Un espacio evocador, hermosamente decorado y, en este caso sí, con un personal que te atiende de modo muy competente. 






En la sección 4 de la entrada de Los viajes de Genovés dedicada a Ámsterdam, escribo sobre los buenos momentos que he pasado en el American Café. Allí remito al lector.

Te recomiendo, viajero, no perderte una visita a este bar sin par. No dejes de probar el strudel de manzana que sirve la casa. En cuanto a hospedarse en el hotel, pues, francamente, hay otros mejores en Ámsterdam, de los que hablaré más adelante en este sitio.