jueves, 22 de septiembre de 2011

LOS INDIGNADOS Y LOS CABREADOS



Los españoles están divididos en dos grupos: los indignados y los cabreados. Un fraccionamiento más. Una separación visceral y primitiva, inmemorial, de la que resulta difícil acostumbrarse, que emerge a la menor ocasión. Ahí está el célebre cuadro de Goya, Duelo a garrotazos, para que no nos olvidemos de la memoria... histórica de España.

Y si no, para eso ha pasado José Luis Rodríguez Zapatero por el Gobierno de la Nación: para alentar todavía más la riña y la lucha fratricida, el enfrentamiento entre ciudadanos y Comunidades Autónomas, en las propias familias, entre trabajadores y empresarios, entre el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo, entre las regiones secas y las húmedas, entre empleados y parados, entre la izquierda y la derecha, entre hombres y mujeres, entre creyentes y no creyentes, entre taurinos y antitaurinos, entre fumadores y no fumadores, entre los míos y los otros. Para compensar, en política exterior, se ha impulsado la Alianza de Civilizaciones.

José Luis Rodríguez no sólo deja una España en quiebra económica, rota y empobrecida, tercermundista y estancada, desacreditadas las instituciones públicas, humillada y envilecida, enfangada en la corrupción y la golfería, noqueada por la desmoralización y la desesperación general. Por si esto fuera poco, Rodríguez Zapatero ha legado a la posteridad (que será prolongada...) una nación furibunda y arrebatada. Soñaba con hacer de España una España roja, y, en efecto, le ha sacado los colores de la vergüenza a un país inflamado por la ira. Una nación que pugna entre sí hasta en la forma de estar irritado: la indignación o el cabreo.


Los «indignados» braman contra el Sistema y el capitalismo, los bancos y los mercados, los «especuladores» y los inversores en Bolsa, atacan las Administraciones Autonómicas gobernadas por el Partido Popular, denuncian los ajustes y los recortes en el gasto público, quieren más funcionarios y más empleo público, exigen más impuestos, más deuda pública y más déficit público (o sea, más «políticas sociales» y más políticas ¡públicas, públicas, públicas...!), piden menos Papa y más patata frita, menos Vaticano romano y más calamares a la romana; no piden, en realidad, un puesto de trabajo sino un subsidio o, ya puestos, una pensión. 


Los «cabreados», por su parte, están hartos de socialismo y de corrupción, de mamandurria y bribonadas, hastiados de pagar impuestos y tasas, colmados de canon y otros arrebatos recaudatorios, empachados de «brotes verdes» y de la vida cotidiana pintada de color rojo, de Autonomías y separatismos, cegados por la «luz al final del túnel» y el cuento de nunca acabar, empachados de Ideología de Género, exasperados ante tanto «jeta» y tanta «ceja», aplastados por la presión de incontables Administraciones y un inacabable despilfarro con sello oficial.

Los indignados, añorando la República gritan en la calle «No pasarán»; como además son muy feministas y odian la economía de mercado, entonan el Himno de la prima de Riego. Los cabreados, antes conocidos como los «crispados», dudan entre cantar un Réquiem por España o rezar una Salve. Lo mismo de siempre.

Algún optimista podría afirmar que siempre nos quedará el consuelo de los éxitos deportivos españoles, y, a la cabeza de todos ellos, el fútbol y nuestra Selección Nacional.

―¡Nada de «Nacional»! ¡«La Roja»! ― ruge una voz a la izquierda.

¿Lo ven? Ya empezamos de nuevo. No nos ponemos de acuerdo ni en darle nombre a esa fuerza y esa garra con la que nuestros muchachos ganan títulos internacionales espoleados por la «Furia española».

 

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