martes, 19 de julio de 2011

MASONES Y LIBERTINOS EN EL ORIGEN DEL CAPITALISMO

Giacomo Casanova
Juan Velarde Fuertes, El libertino y el nacimiento del capitalismo, La Esfera de los Libros, Madrid, 2006, 232 páginas
Hace treinta años, el profesor Juan Velarde daba a la imprenta un notable y muy original ensayo consagrado a estudiar la influencia ejercida por las figuras, o tipos ideales, de los libertinos y los masones en la génesis y establecimiento del capitalismo. Se publica ahora*, con buen criterio y oportunidad, una nueva edición, corregida y ampliada, de esta obra singular y crítica, atrevida y polémica.
Afirmar que es éste un trabajo singular y crítico, no acepta discusión. Aun moviéndose entre la soltura propia de un ensayo y el rigor académico característico del trabajo de investigación, constituye, ciertamente, un libro único en su género. Por varias razones: porque ha sido escrito por una mano que conoce el material que toca, que firma y asume sus tesis sin vanas reservas, y, en suma, porque sobran justamente los dedos de una mano para contar los trabajos que han abordado con pareja desinhibición y rigor la temática que nos ocupa. Calificar la empresa, en cambio, de atrevida y polémica, exige una precisión inmediata: por ejemplo, advertir que no empleamos dichos términos en un sentido pacato, pudibundo o estrecho. Ocurre que el texto aborda una materia que, aun siendo sabrosa y relevante, tanto por lo que interesa a los estudios sociológicos, en general, como a la propia doctrina del liberalismo, en particular, suele ser esquivada u olímpicamente declinada, por no decir callada.
Ha quedado suficientemente establecido entre los analistas de la filosofía social, la historia económica y demás áreas del pensamiento práctico y la acción humana, que en el nacimiento del capitalismo concurrieron tres fenómenos principales: el progreso tecnológico, la revolución científica moderna y el sistema político liberal-democrático. Parte, entonces, el profesor Velarde de algo ya asentado y ampliamente reconocido, pero no para quedarse allí, sino para dar un paso más. El tránsito del Antiguo Régimen a la Era Moderna supuso una auténtica brecha histórica. Hecho tan fenomenal, precisó, para su desarrollo y culminación, de la concurrencia de circunstancias y actores muy variados, a veces insospechados o imprevistos, los cuales de ninguna manera pueden quedar excluidos del relato.
Avanzando desde el principio la perspectiva del asunto —el nacimiento del capitalismo y sus agentes—, el profesor Velarde declara sin rodeos: «era muy difícil tener una visión completa de lo sucedido si se eliminaba la cuestión de los libertinos, así como también si se prescindía de la masonería» (p. 17).
Max Weber
Max Weber en el texto clásico La ética protestante y el espíritu del capitalismo esclareció bastante la génesis de la mentalidad capitalista, sin la que no es posible comprender cómo llegó a consumarse el nuevo orden político, social y económico, y sin cuya intervención, por lo demás, jamás se hubiese instituido. Las claves interpretativas allí expuestas remiten, en última instancia, a la religión, entendiendo que es alrededor de esta clase de paradigma práctico (del ethos, en su conjunto) como se ordena la conducta humana, pues no sólo de «pan y mantequilla» vive el hombre, ni de «pan y circo». El ascetismo y el puritanismo, para el sociólogo alemán, constituyen, pues, las energías espirituales que coadyuvaron en el origen del capitalismo moderno.
Acaso porque Weber concentró demasiado la mirada en el patrón cultural europeo (o, simplemente, alemán) del tema, el caso es que las tesis que postula están necesitadas de una decidida revisión, como la que, con gran fortuna, afronta el profesor Velarde en su ensayo. No puede extrañar, en consecuencia, que la figura de Benjamin Franklin, protagonista ilustre de la obra clásica de Max Weber, sirva de punto de arranque —o riguroso pretexto— en la obra contemporánea de Juan Velarde. El prohombre de Filadelfia es un hombre-encrucijada: «por una parte, lleva con él más el espíritu del libertino que del puritano. Por otra parte, es masón» (p. 34). Junto a Franklin, otras personalidades emblemáticas, compartiendo con él parejos atributos y no resultando menos decisivos en el desenlace de los acontecimientos, merecen su justa atención: Voltaire, Casanova, Mandeville, Madame de Pompadour, Quesnay, Mozart.
La personalidad y el talante de Franklin, «su libertinaje mental o doctrinal y su amor a la Naturaleza» (p. 44), junto a los que demuestran sus compañeros de aventuras, son, sin duda, necesarios para explicar el espíritu del capitalismo y el alma del liberalismo, los cuales nacen y se reproducen, en efecto, con instituciones como la fisiocracia y la Revolución industrial, pero se encuentran encarnados a la vez en unos modelos humanos determinados. 

Benjamin Franklin
Por lo que respecta a Werner Sombart, sus posiciones no son menos conocidas: la figura representativa del capitalismo es el burgués y las fuerzas que accionan la economía moderna son la satisfacción de necesidades y el lucro. En los afamados textos El burgués. Contribución a la historia espiritual del hombre económico moderno y Lujo y capitalismo expone con detalle la razón de ambas resoluciones. Como ocurría con Weber, Sombart es objeto asimismo de justo juicio crítico por parte de Juan Velarde. La posibilidad de enriquecimiento representa, ciertamente, una condición necesaria para la liberación material de los individuos, pero no lo son menos la energía espiritual, la fuerza y la disposición de ánimo.
El acceso a la riqueza favorece la ruptura de los lazos que frenan la expresión libre de los deseos humanos, pero para que dicho efecto se produzca plenamente deben concurrir, asimismo, intencionalidad, conciencia y voluntad. Estímulos como el beneficio y el lucro incitan y mueven, sin duda, las reformas que conducen al capitalismo, mas otros móviles poderosos, como el principio del goce, la búsqueda de bienestar y el espíritu de aventura no pueden ser dejados de lado.
En este sentido, no cabe entender la actitud y las acciones del libertino como muestras de vulgar disolución de las costumbres ni tampoco interpretar las obras literarias que las glosan como ligeros productos de diversión o evasión: «desde el siglo XVIII —afirma el profesor Velarde— el libertino es un prototipo del burgués, que además procura que el capitalismo liberal sea el sistema socioeconómico que prevalezca» (p. 138).
Juan Velarde
Caricaturizar o demonizar al francmasón como un perverso conspirador supone un error no menos garrafal. Las logias, como los salones barrocos animados por elegantes e inteligentes madames, los ateneos literarios y las sociedades gastronómicas o de economistas, entre otros espacios de civilidad y encuentro de gentileshombres y desembarazadas damas, no justifican por sí mismos el nacimiento del espíritu del capitalismo. Mas, sin su intervención, éste se hace incomprensible e irrealizable.
El establecimiento de la modernidad y el liberalismo exige la participación de espíritus libres y abiertos, personas que ordenen sus afectos, intereses y acciones de acuerdo con la naturaleza humana y los nuevos tiempos. Hablamos, entonces, de unos personajes y tipos humanos que «son muestra perfecta de esta mezcla de liberalismo, aventurerismo, masonería y alta aristocracia» (p. 176). El capitalismo florece en un terreno previamente cultivado por una disposición al buen vivir, sobre el que marchan con desenvoltura gentes emprendedoras y, sin duda también, osadas, atrevidas y audaces.
Sin embargo, este estado de cosas cimentado en los siglos XII y XVIII se tuerce en el siglo XIX. En la nueva centuria, la figura del libertino queda convertida en florido dandi, cuando no en grosero licencioso y pelado lujurioso. Por su parte, el aliento de la masonería —universalista, que aspira a la fraternidad entre los hombres, «liberal en lo económico» (p. 208), fruto de librepensadores— sucumbe al empuje de las tendencias socialistas, siguiendo así la «marcha universal hacia el socialismo» de la que habló Schumpeter. «El liberalismo se tiñe cada vez más profundamente de socialismo», recapitula, por su parte, Juan Velarde.
Benjamin Franklin, Giacomo Casanova y Rudyard Kipling ceden el testigo a François Mitterrand, a Kim Jong Il y a la Iglesia de la Cienciología. Toda una demostración de progresismo. Nada más decadente.



* La presente recensión fue publicada, en primera edición electrónica, en el diario Libertad Digital (27 de julio de 2006), bajo el título de «Liberales, masones y libertinos».

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