martes, 5 de julio de 2011

«LA SEDUCCIÓN DE LA CULTURA EN LA HISTORIA ALEMANA» de WOLF LEPENIES


 Wolf Lepenies, La seducción de la cultura en la historia alemana, Akal, Madrid, 2008, 154 páginas

Suele ser una actitud muy común el mostrar extrañeza, y hasta estupefacción, a la hora de advertir que una nación como la alemana, tan culta y cultivada, tan henchida y rebosante de poetas, novelistas, artistas, filósofos y científicos, tan amante de las bellas artes, la ópera y los discursos filosóficos profundos, fuese capaz de provocar grandes guerras mundiales y, a modo de culminación de una continuada pulsión de muerte, perpetrar el Holocausto, el mayor crimen en masa cometido en la historia de la humanidad. Si tomamos el «caso Heidegger» como prototipo de este asunto tan siniestro, todavía hoy las opiniones están divididas a la hora de imputarlo o eximirlo por haber confraternizado con las autoridades nazis en los años treinta del siglo XX. Él, Martin Heidegger, considerado por la autoridad académica europea, la mente más privilegiada  y preclara de Europa en dicha centuria.
La sorpresa y la incredulidad pueden tornarse zozobra en el momento de descubrir que lo tomado por insólito e incomprensible efecto, proviene de una causa impensada. Que lo interpretado como «virtud alemana» no es sino que la otra cara del «problema alemán». He aquí la línea argumental trazada por el científico social germano Wolf Lepenies en el valioso ensayo La seducción de la cultura en la historia alemana, publicado en primera edición el año 2006.
Wolf Lepenies, nacido en Allenstein (anterior Este de Prusia; actual Olsztyn, Polonia) es sociólogo. Ha sido rector y profesor del Wissenschaftskolleg –instituto alemán de estudios avanzados de Berlín– y profesor de Sociología en la Universidad Libre de Berlín. Asimismo, también ha impartido varios cursos en el Institute for Advanced Study de Princeton y en el Collège de France de París. Autor de una extensa obra, tiene publicado en español los siguientes títulos: Las Tres culturas. La sociología entre la literatura y la ciencia (1994), Melancolía y utopía (2008) y ¿Qué es un intelectual europeo? (2008).
A pesar de tratarse de un asunto espinoso y con múltiples ramificaciones, Lepenies entra en materia sin contemplaciones ni rodeos. En las primeras páginas ya queda formulada la tesis principal del libro: 
«Si existe algo parecido a una ideología alemana, es la costumbre de enfrentar el Romanticismo a la Ilustración, la Edad Media a la Moderna, la cultura a la civilización, y la Gemeinschaft a la Gessellschaft. Basada en sus aspiraciones y hazañas culturales, la creencia de que Alemania sigue una vía específica o Sonderweg ha sido siempre recibida con orgullo en esta tierra de poetas y pensadores. El mundo interior creado por el Idealismo alemán, la literatura del clasicismo de Weimar y los estilos culturales Clásico y Romántico existían ya un siglo antes de que se fundara la nación política. Desde esa época, se le otorga cierta dignidad al hecho de que el individuo se aparte de la política y se refugie en el ámbito de la cultura y la vida privada. Se considera que la cultura es un noble substituto de la política» (pág. 17).
Esta seducción instalada entre los alemanes viene de lejos. Aun no siendo exclusiva de ellos, ha dominado la mente y el corazón germanos con más impacto y poderío que en ningún otro pueblo. No obstante esto, Lepenies opta por no caracterizar el hecho en términos (fuertes) de «carácter nacional», sino como «rasgo» propio. Sea como fuera, lo constatable es que incluso a la hora de distinguirse y oponerse entre sí, los alemanes recurren, en última instancia, a criterios de orden cultural para fundamentar no importa qué posición política

La querella nacionalismo/antinacionalismo, la disputa entre el exilio interior y el exterior durante el nazismo, la preferencia por la anglofobia o a galofobia, la oposición Fausto/Mefistófeles, cualquiera que sea el tema que provoque una pugna entre alemanes, acaba remitiendo a un referente cultural. Hasta en los acuerdos entre alemanes no deja de actuar la seducción cultural: «tanto los dirigentes nazis como sus adversarios usaron el nombre de Goethe» (pág. 178). No debe extrañar semejante suceso. Para el espíritu germano, el Estado no es sino Kulturstaat, y éste, por su parte, queda disuelto en la noción Kulturvolk.


Los ejemplos aducidos por Lepenies para ilustrar semejante prodigio ―o mejor, hechizo― son aplastantes. Veamos unos pocos ejemplos. Adolf Hitler calificaba el enfrentamiento alemán con Estados Unidos de «guerra cultural». De los americanos odiaba, fundamentalmente, su alma «medio judía, medio negroide», aduciendo como prueba definitiva de tal decadencia el que la Ópera del Metropolitan de Nueva York hubiese cerrado (aseveración, por lo demás, falsa, págs. 70 y 71). La propia Leni Riefenstahl, una admiradora entusiasta del Führer, empezó a dudar de la sabiduría política de Hitler cuando vio que arremetía contra Goya y contra Van Gogh, su pintor favorito. (pág. 60).
Thoman Mann, en este contexto, no constituye un capítulo aparte. En realidad, por la relevancia y fuerza simbólica del personaje, el más célebre de los hermanos Mann actúa en el volumen a modo de un eje transversal sobre el que el autor articula el ensayo. Apolítico confeso durante la Primera Guerra Mundial (Reflexiones de un apolítico), Thomas Mann acaba exiliándose de Alemania y adoptando la ciudadanía estadounidense. No obstante, esté donde esté, se considera alemán, hijo de la cultura alemana. Su actitud ante acontecimientos de relevancia pública es, en todo momento, diletante, dubitativa, contradictoria. Durante su estancia en Estados Unidos proclama de cara al público las virtudes republicanas: «En realidad, Thomas Mann no admiraba la tradición democrática y las instituciones americanas, sino sus orquestas, sus bibliotecas, su literatura, su crítica literaria y sus museos. El Met, que (casi) nunca cerraba. Es decir, la cultura.» (pág. 211).
La dimensión de la seducción alemana por la cultura ha quedado patente en los últimos siglos de manera trágica. Pero, más que una anomalía de un determinado recorrido histórico, diríase que es la consecuencia, más o menos necesaria, de menospreciar el arte de lo posible, la negociación y el compromiso (la política) al precio de ensalzar el valor de lo absoluto, lo imperecedero, lo eterno, lo espiritual (la Kultur), por encima de todo lo demás.
Como ha quedado dicho, el empleo de la Cultura para eclipsar la acción política, no es exclusiva de Alemania ni de tiempos pasados. A comienzos del verano de 2011, Manfred Gaulhofer, presidente del Comité de Selección de la Capital Europea de la Cultura 2016 de la Unión Europea, asesorado por el Ministerio de Cultura español, ha premiado a San Sebastián con la capitalidad europea de la Cultura para el año 2016. Desde unas semanas antes, el consistorio donostiarra tiene un alcalde perteneciente a una agrupación política ―Bildu―simpatizante de la organización terrorista ETA. En la rueda de prensa que hizo pública la resolución, Gaulhofer apelaba al argumento cultural a fin de justificarla. La elección de San Sebastián, declaró, «tiene un claro compromiso con la cultura para contrarrestar su dura historia de violencia».



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