martes, 28 de junio de 2011

MOVILIZACIONES Y CONSIGNAS


En estos tiempos posmodernos, vivimos instalados en una subcultura de lo efímero, lo débil y lo corto practicada por unas masas desbocadas con afán de protagonismo. Este fenómeno sociológico sirve a veces para el asalto al poder político.

El fenómeno sociológico de las movilizaciones presuntamente espontáneas, como todo lo que tiene que ver con los encuentros furtivos y las citas a ciegas, fascina a protagonistas y a espectadores, y no pasa desapercibido a los analistas del medio y sus alrededores, provocando en cualquier caso división de opiniones. El acontecimiento, que adquiere un genuino sabor de manifestación subcultural, ha sido exportado desde tierras norteamericanas y de allí se ha extendido por todo el mundo. He aquí una nueva faceta de los nuevos tiempos de la globalización en que vivimos excitantemente, y que a algunos disgusta, cuando les perturba y rompe sus férreos esquemas de pensamiento único, y les complace, cuando les favorece y fortalece sus planes. 


Como casi todo lo que está de moda en el planeta, lo dicho se nombra en inglés. Me estoy refiriendo, en concreto, y entre otras modalidades de presentación y envoltorio, a las flash mobs, a las movilizaciones repentinas de multitudes, a las concurrencias fugaces de muchedumbres, a los encuentros y desencuentros repentinos de grupos que se citan sin motivo aparente, haciéndose ver, sumándose, descargando sus energías para recargar las pilas y así seguir tirando, hasta la próxima.
En junio de 2003, un tal Billy organizó un singular party en Nueva York que cambió el concepto de las reuniones sociales conocido hasta la fecha. Este ocurrente organizador tuvo la ingeniosidad de convocar a un nutrido grupo de amigos y conocidos a través del correo electrónico para que se concentraran en los populares almacenes Macy´s en la Gran Manzana, y no precisamente porque fuese el primer día de las rebajas. Entonces, ¿con qué fin? Los allí concentrados debían apiñarse alrededor de una de las alfombras expuesta en la tienda para a continuación proceder a cumplir un rito trivial y frívolo. Después, la desbandada. Cada mochuelo vuelve a su olivo y hasta una posterior migración. El suceso tuvo continuidad, y, después de Manhattan, la moda mob se extendió por el resto de Estados Unidos y Canadá, cruzó los océanos y pronto conoció nuevos sonados episodios en Europa y Asia. 

La movida de la mob ya era una realidad sociológica. Pero la cosa no quedó ahí.



Ocurre que traducido al español, «mob» significa «turba» y «muchedumbre», pero en su forma verbal apunta a la acción de atacar en grupo, de acosar y asediar

Estos happenings —mitad festivos, mitad gamberros—, que interesan a las páginas de sociedad de los periódicos y que la sociología toma como insólita demostración a estudiar y analizar, han adoptado de inmediato rasgos de pretensión artística y aun de repercusión política. El fotógrafo Spencer Tunick, sin ir más lejos, se ha hecho famoso promoviendo flamantes performances consistentes en apelotonar cientos de cuerpos masculinos y femeninos despojados de toda prenda en un entorno señalado (la estación central de Nueva York, Montjuïc en Barcelona), tras una convocatoria pública y abierta, para hacerse la foto y mostrar el esplendor de una instantánea que parece poner al día y al desnudo las evoluciones coreográficas del gran creador Busby Berkeley

¿Qué motiva a la gente a prestarse a tales montajes?


Henos ante unas actuaciones de voluntarios de débil voluntad, quienes, en realidad, se movilizan siguiendo la orden precisa de unos personajes avispados con mucho que comunicar y aun que ganar. Los asistentes no son más que masa circundante y circense que aspira a mostrarse en público, a salir a la palestra, pero sin hacerse visible, ocultándose tras la anónima y fláccida aglomeración. Leo en la prensa que uno de los organizadores de una mob montada en Denver (EEUU) argumentaba de esta guisa: «la razón de ser del fenómeno es conseguir que la gente se reúna y experimente un momento de unidad».
Ciertamente, bastante de eso hay. Pero, lo importante es saber quién está detrás del montaje, el cual no siempre se da a conocer ni confiesa sus propósitos. Las respuestas expansivas de los participantes revelan una necesidad de manifestación individual que busca revestirse del terno de lo colectivo para así afianzar el sentido de la pertenencia a un grupo y darse la satisfacción de que ellos también cuentan, de que sus movimientos adquieren el rango de participación activa, cuyas consecuencias no siempre llegan a calibrar del todo. Sí lo hace, en cambio, la mano que les mece y dirige, dictándoles el mensaje que deben leer y pasar.
En España, hemos conocido algunas versiones jaraneras de estas demostraciones de coros y estancias, como la que tuvo lugar en marzo de 2003 en Sevilla, donde 70.000 jóvenes invadieron La Cartuja respondiendo a la llamada de un director de escena saleroso que trasmitió el siguiente mensaje: «Niño, hoy fiesta de la primavera. No te olvides de comprar el botellón. En el Charco de la Pava». Se colapsó la ciudad y el Ayuntamiento tuvo que activar un plan de seguridad a toda marcha, pero la cosa no pasó a mayores. Hay, no obstante, otro tipo de mensajes con menos gracia, movidos por la mano sinuosa del clan de Rasputín, que puede hacer mucho daño y dar más que hablar:
«¿Aznar de rositas? ¿Le llaman jornada de reflexión y Urdazi trabaja? Hoy 13M, a las 18h. SedePPC/Genova 13. Sin Partidos. Silencio por la verdad. ¿Pásalo!» [Sic].


[...] El 13 de marzo la movida de la moby impactó en España contra los españoles con el terrible ímpetu de una ballena blanca. Ocurre que traducido al español, «mob» significa «turba» y «muchedumbre», pero en su forma verbal apunta a la acción de atacar en grupo, de acosar y asediar. Cuando el acoso es laboral y/o moral se dice mobbing. Cuando es político-social se llama «movilización popular». 

Son los tiempos de la mob del móvil. Luego, será la hora de pasar factura. ¡Pásalo!

La reciente movilización en España conocida como «15M» me trae a la memoria un artículo que escribí en el diario Libertad Digital, bajo el título «Mano larga, mensajes cortos», publicado el 16 de julio de 2004. Reproduzco aquí una versión reducida del mismo, con algunas correcciones de estilo. Lleve a cabo el lector las equivalencias que juzgue oportunas y extraiga sus propias conclusiones.

lunes, 27 de junio de 2011

MADRID, VISTO Y PINTADO POR ANTONIO LÓPEZ

Antonio López, Gran Vía, 1974-1981


Desde el día 28 de junio al 25 de septiembre, el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid expone una muestra antológica de la obra del artista Antonio López. Retratos, naturalezas muertas, vistas y paisajes urbanos, esculturas... El opus magnum de un artista universal nacido en España, que vive y trabaja en Madrid.
Y es, justamente, un pedazo de Madrid, visto y pintado por Antonio López, el que traigo hoy al blog viajero.
Merced al genio del personaje, la antología artística se torna ontología. La exposición representa, en efecto, una muestra de realidad, una manera de captar, en esencia, el espacio y el tiempo de una ciudad. Madrid.

Antonio López, Gran Vía, 1 de agosto, 7:30 horas, 2009-2011








Antonio López, Gran Vía 1 de agosto, 19:30, 2009-2011

Antonio López, Madrid desde las Torres Blancas, 1974-1882


Antonio López, Campo del Moro, 1990-1994
Antonio López, Madrid desde Capitán Haya, 1987-1996
Antonio López, Madrid desde la torre de bomberos, 1990-2006


martes, 21 de junio de 2011

«ENSAYISTAS Y PROFETAS. EL CANON DEL ENSAYO» de HAROLD BLOOM





Harold Bloom, Ensayistas y profetas. El canon del ensayo, traducción de Amelia Pérez de Villar, Colección Voces / Ensayo núm. 137, 336 páginas

Harold Bloom no es ningún desconocido entre los aficionados a la lectura, las bibliotecas, la investigación y la crítica literaria. Sin necesidad de calificarlo como el número uno de los críticos literarios, sí cabe considerarlo, sin exageración, como uno de los críticos más originales y polémicos de la actualidad. La capacidad lectora y receptora de textos, de todo género y significación, así como, muy especialmente, la «lectura interpretativa y crítica» que hace de los mismos, está más que probada.
Nada hay de baladí en esta puntualización. Porque, en el contexto en el que hablamos, la capacidad y la actitud crítica no deben darse por supuesta en la «crítica literaria». Para buena parte de la comunidad dedicada a dicha labor (no sé si denominarla «profesión»), la crítica de un libro no va más allá de la mera reseña, el sucinto resumen o la superficial recensión/descripción del mismo.
En cambio, la crítica genuina y, auténticamente, valiosa, aunque no debe sustituir ni suplantar la obra analizada, sí es aconsejable que la desgrane y recree. Y, asimismo, que la valore. Harold Bloom pertenece a esa estirpe de críticos que, al mismo tiempo, son escritores, al linaje de analistas de libros y autores que ejercen, a la vez, de «psicoanalistas» de los mismos. Una raza, en fin, de estudiosos de las letras que sopesando y tasando la producción libresca, no sortean la selección, sino que la afrontan y fundamentan.
Fue, justamente, a raíz de la publicación del libro El canon occidental (1994) cuando Bloom alcanzó mayor notoriedad pública, no exenta de notable polémica. Porque en esta obra, el autor denunciaba, sin ambages, la tendencia que advertía hegemónica en los departamentos de literatura de las universidades y las redacciones de periódicos, inclinada hacia lo doctrinario y melifluo. Una corriente, progresiva y rampante, que identificaba con el rótulo de «Escuela del Resentimiento». Bajo tan rotundo epígrafe, situaba a las corrientes multiculturalistas, relativistas, de Estudios Culturales, de Corrección Política y demás movimientos posmodernos en boga. Para mayor audacia, Bloom incluía en su trabajo un canon de autores esenciales.


Al texto que ahora nos ocupa, Ensayistas y profetas, se le ha añadido en la edición española el subtítulo «El canon del ensayo», para dar a entender, sin duda, que nos hallamos ante una especie de continuación de la anterior y exitosa obra —El canon occidental—, si bien centrada ahora en los ensayistas. En rigor, y según apunta la «Nota a la edición», el presente libro corresponde a un volumen independiente de la Bloom’s Literary Criticism, monumental colección de crítica literaria en seis tomos, editada por la Chelsea House Publishers, y dirigida e introducida por el propio Harold Bloom.


Harold Bloom pertenece a esa estirpe de críticos que, al mismo tiempo, son escritores, al linaje de analistas de libros y autores que ejercen, a la vez, de «psicoanalistas» de los mismos


El Índice del libro incluye, en efecto, un listado escogido de ensayistas, pero también de profetas, críticos, visionarios y publicistas. Entre otros, Michel de Montaigne, Blas Pascal, Jean-Jacques Rousseau, Samuel Johnson, Søren Kierkegaard, Ralph Waldo Emerson, William Hazlitt, Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Aldous Huxley, Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Y así hasta completar una antología selecta de veintiún autores. «Escritores sapienciales», «ensayistas diversos» o «ensayistas proféticos», según el particular criterio diferenciador del autor.
De igual modo que en El canon occidental no ocultaba sus preferencias (Shakespeare a la cabeza del pelotón), en Ensayistas y profetas, Bloom no reprime sus personales querencias —«El doctor Samuel Johnson es, a juicio de muchos (incluido yo mismo), el mayor crítico, de la variopinta historia de la cultura literaria occidental» (pág. 85)—, ni sus antipatías —«(San) Juan es calificado como «de lo más desagradable y antisemita» (pág. 42). Tampoco abandona, por esta vez, las sentencias categóricas. Aprovechando que las páginas atraviesan la vida y obra de ensayistas, Bloom proclama, de pronto, que Charles Dickens es «el Shakespeare de los novelistas» (pág. 330)

No busque el lector en este volumen, ni en el resto de libros de Bloom, exposiciones divulgativas de autores, ni una enciclopedia de urgencia para conocer lo básico de un autor o un libro en concreto. Los capítulos de Bloom sobre los respectivos ensayistas están compuestos, propiamente, como ensayos, aproximaciones subjetivas a la vida y obra de autores con quienes dialoga, ora directamente con ellos, ora a través de otros cronistas y críticos.
Algunos ensayistas los considera inmortales e imprescindibles. Otros, producto de su época y de interés pasajero. Cuestión de elección, selección y crítica. Y es que, después de todo, como reconoce el mismo autor, no hay crítico más implacable que el tiempo (pág. 326).


Harold Bloom (Nueva York, 1930) es Catedrático Sterling de Humanidades en la Universidad de Yale. Es autor de más de veinte libros, entre ellos La creación de mitos en Shelley (1959), La compañía visionaria (1961), El Apocalipsis de Blake (1963), Yeats (1970), Mapa de las lecturas erróneas (1975), Cábala y crítica (1975), El canon occidental (1994), Presagios del milenio: la gnosis de ángeles, sueños y resurrección (1996). La angustia de la influencia (1973) expone la provocadora teoría de Bloom acerca de la relación entre los grandes escritores y sus predecesores. Entre sus libros más recientes están Shakespeare: La invención de lo humano (1998), finalista del National Book Award ese mismo año, Cómo leer y por qué (2000), Genios: un mosaico de cien mentes creativas ejemplares (2002), Hamlet: el poema ilimitado (2003) y Dónde se encontrará la sabiduría (2004).



lunes, 20 de junio de 2011

EL «NO LUGAR»


René Magritte, L' introuvable, 1964

Diríase que el español de nuestro tiempo, siguiendo en parte el patrón de conducta del hombre contemporáneo común, prefiere —en vez de ubicarse— descolocarse o estar ilocalizado, más que nada para dimitir de sí mismo. Prefiere el anonimato a la identificación, el perfil a la personalidad, llegando a persuadirse de que los nombres propios son tan inútiles como las fórmulas protocolarias. Actúa, en fin, como si nada alrededor pasara o le afectara, como si habitara en un «no lugar» (Marc Augé).
Maneras corrientes de sortear la propia circunstancia o destino son el evadirse y el abandonarse en grupos anónimos que viajan y navegan sin rumbo fijo. Como el turista o el internauta compulsivo. El tsunami que arrasa las islas de coral en los Mares del Sur no altera las vacaciones del más arrojado turista, porque él se encuentra en un «no lugar». La opinión pública se construye con mensajes cortos y titulares de informativos televisivos que literalmente vuelan sobre nuestras cabezas, vía satélite o vía wifi. La necesidad de comunicación queda colmada con un chat a través del Messenger [hoy diríamos Facebook o Twitter], sin papeles y bajo seudónimo. En plena «sociedad de la comunicación», uno se siente poderoso ante la pantalla del ordenador persuadido de abrazarlo todo, porque, según cree, «todo está en Internet». O sea, en cualquier sitio y en ninguno al mismo tiempo.
«A partir de ahora, el hombre tiene lugar sin que el lugar pueda pretender ejercer sobre él la más mínima influencia». Esto escribe Alain Finkielkraut en La humanidad perdida. Ensayo sobre el siglo XX. Para el filósofo francés, compañero de generación de Bernard Henry-Levi y André Glucksmann, a la hora de hacer balance del siglo pasado, dos iconos cobran especial relevancia significativa, hasta el punto de convertirse en retratos de una era fluctuante; justamente, el turista y el cibernauta.
Lamentablemente, la era de la globalización y la tecnificación de las sociedades no ha consagrado la plasmación de un hombre más libre y más universalista, sino, todo lo más, la de un ser «angélico —afirma Finkielkraut—, ajeno como los ángeles a las penalidades de la vida en la Tierra y al orden de la encarnación, dotado como ellos del don de la ubicuidad y del de la ingravidez».
El no-pensamiento vigente en nuestros días patrocina un mundo sin fronteras, pero no por estar persuadido de las bondades del libre tránsito de personas y bienes, sino porque así cree construir, literalmente hablando, la utopía. En este punto convergen, curiosamente, los nacionalistas y los a-nacionales. El nacionalista anhela vivir en un paraíso perdido, en una patria que, realmente, no existe. El a-nacional es capaz de vivir donde sea y le da igual vivir en un «no lugar», en una ciudad sin nombre, en régimen de propiedad o alquiler, en un edificio en restauración, en un centro comercial, en el hotel de una cadena internacional, en un aeropuerto, o en una nación bajo la piqueta.
Mas, avive el seso y despierte, el ente angélico y quien esté en el limbo. Nadie vive en lugar de otros ni en un «no lugar». Quien crea tal cosa, tan sólo transita, sin rumbo ni destino. No hay verdadera travesía ni viaje sin un Ítaca.

René Magritte, Infinite-Gratitude, 1963


El presente artículo fue publicado en el suplemento IDEAS del diario Libertad Digital, con el título «Vivir en un “no lugar”», el día 25 de enero de 2005. Ofrezco aquí una versión corregida y reducida del mismo.


sábado, 18 de junio de 2011

IZQUIERDA INSURRECTA: LA CALLE ES SUYA


Foto. Libertad Digital

 La algarada y la insurrección, el insulto y la amenaza […] han impuesto su ley en la sociedad española con una facilidad pasmosa. Los enanos políticos, que han visto la oportunidad para agigantar el paso por medio del arte de la demagogia y la máscara —y mucha presión—, han lanzado un rayo incendiario que ha prendido vivamente. En contraposición a este derroche de provocación e imaginación de un sector minoritario de la sociedad, brilla (por su ausencia) el escenario de la «mayoría silenciosa», de los ciudadanos anónimos y pasivos, los que no se manifiestan ni vociferan, los que sólo votan.
Esta llama (llamada, llamarada) ha prendido durante los últimos tiempos en España. El mensaje es chato, pero claro: la ciudadanía «activa y participativa» consigue lo que quiere con la exigencia y la intimidación; mientras que los que callan, otorgan. O sea: con la violencia («la lucha», dicen ellos) uno consigue todo. Ha quedado establecido, entonces, como algo normal lo que es excepcional. Lo anómalo, es lo normal y lo «normal», impune. El terreno estaba abonado para ello. […]
Pero la palabra y la acción no pueden mantenerse indefinidamente en tensión, en estado de permanente deterioro. Es preciso tomarse en serio la normalización de la vida política española. Y ello pasa, al menos, por dejar de polemizar permanentemente con los bobos y los bellacos; por no retroceder y hacer que el Estado de Derecho actúe; por cumplir y hacer cumplir la Constitución, en fin. […]
Urge que el poder democrático haga retroceder la fuerza ilegítima de la insurrección, el insulto y la agresión, denunciando que a todo ello se le siga denominando «libertad de expresión» o «de manifestación».


El presente artículo fue publicado en el suplemento IDEAS del diario Libertad Digital, con el título «Fuerza ilegítima y firmeza democrática», el día 5 de septiembre de 2003. Ofrezco aquí una versión corregida y reducida del mismo.
Yo mismo, como autor del texto aquí reproducido, no dejo de pasmarme al comprobar la rabiosa actualidad de los textos que vengo rescatando de la hemeroteca y sacándolos de nuevo a la luz en el blog. 


miércoles, 15 de junio de 2011

'BELGISTÁN. EL LABORATORIO NACIONALISTA' de JACOBO DE REGOYOS




Jacobo de Regoyos, Belgistán. El laboratorio nacionalista, Ariel, Barcelona, 2010, 297 páginas

«La situación es desesperada... pero no grave», declara Horst Buchholz en la delirante película de Billy Wilder Uno, Dos, Tres (One, Two, Three, 1961). Dejando atrás la acción revolucionaria practicada en el Berlín Este de la posguerra, Otto Ludwig Piffl, el personaje en cuestión, aprende rápidamente las artes de la diplomacia y la política, sin las cuales no es posible cambiar de bando ni prosperar. Cuando se estrena el film, Berlín está a un paso de ser dividida por un Muro infame. El sentido del humor de Wilder convierte, no obstante, la tragedia en comedia, permitiendo que aquélla pueda hacerse más soportable.
Hoy, algo semejante parece estar ocurriendo en Bélgica, ese otro país de nunca jamás. En situación integral inestable prácticamente desde su fundación como Estado, en estas últimas décadas, vive cada día al borde de la escisión. Separada en dos comunidades lingüísticas irreconciliables —la neerlandesa (Flandes) y la francófona/francesa (Valonia)—, las costuras fronterizas que fijan la unidad formal del Estado están cogidas con alfileres. ¿Hasta cuándo resistirán?
Bélgica sobrevive en precario en el corazón de Europa (casi podría decirse que ella misma es el corazón de Europa). Si Bélgica «cae», la Unión Europea seguirá sus pasos sin remedio. Bélgica no es, sin embargo, Kosovo, y una ruptura cruenta parece improbable. En suma, un escenario desesperante, pero todavía no inaguantable. ¿Qué hace que siga Bélgica tanto tiempo de pie en medio de la tempestad?
En Belgistán, Jacobo de Regoyos intenta descifrar el tremendo rompecabezas de Bélgica, el embrollo del origen del «problema belga» y el problema del origen y las etnias, las lenguas y las historias que están en la base de la crisis crónica en este país fracturado, que, sin embargo, se mueve. Aunque, ¿hacia dónde? El sentido del humor de los belgas permite, de momento, que la sangre no llegue al río. Hay, no obstante, otras causas que explican el «fenómeno belga».
Corresponsal en Bruselas para el área europea de la cadena radiofónica Onda Cero desde hace trece años, casado con una belga flamenca y galardonado periodista, Jacobo de Regoyos está en magníficas condiciones para aportar luz a quien penetre en el oscuro túnel belga. Sin rodeos, llama —irónicamente— a las cosas por su nombre. De ahí, y de entrada, el título del libro. Bélgica ya no es, en realidad, un país, no funciona como Estado nación unitario y prácticamente tampoco como una democracia. Tal es el deterioro reinante. En el espacio virtual de Belgistán, la anomalía es la norma.

Veamos algunos ejemplos. En las elecciones de 2010, triunfó la opción política separatista flamenca. Asume así el mandato de gobernar una nación quien niega la propia condición nacional y porfía por quebrarla. Bruselas ya es capital de Bélgica y «de Europa». Pues bien, Flandes se ha puesto a su vez bajo su paraguas, contradiciendo la ordenanza del Consejo de Estado que no contempla que una región tenga la capital en una región distinta a la que pertenece. En este caso, Bruselas/región, ámbito administrativo que no reconoce (la tercera región es la francófona Valonia).
El voto en Bélgica  es ¡obligatorio!; el votante, disciplinado y «programado»: Valonia vota siempre izquierda; Flandes, derecha. Desde hace décadas, resulta «imposible» que haya un primer ministro francófono, aunque sume más votos que su oponente. Las autoridades flamencas impiden tomar posesión de su cargo a varios alcaldes francófonos electos en la periferia bruselense (territorio flamenco) por haber hecho campaña… en francés. Las autoridades de la Unión Europea han exigido a las flamencas que rectifiquen, una imposición que éstas no aceptan.
Bélgica, milagro de la multiplicación de administraciones públicas, tiene más de ochocientos mil funcionarios, en una población total de sólo diez millones y medio de habitantes. En el territorio de Flandes —«La territorialidad es la forma de defender una lengua que no se impone por sí sola ante el francés» (pág. 128)—, está prohibido rotular un comercio en una lengua distinta al neerlandés. Las denuncias anónimas son aceptadas por las autoridades locales. Alquilar un piso a un francófono puede ocasionar al propietario serios problemas. Formalizar plaza en un colegio o guardería (por supuesto, en neerlandés) obliga al solicitante a jurar que el neerlandés es la lengua utilizada regularmente en casa (pág. 135).


Flandes niega, en fin, el estatus de minoría a los francófonos de la periferia de Bruselas. Pero, ¿quién es (o está en) minoría?: «Que el nacionalismo que se siente víctima conserve en realidad el control de la situación puede ocurrir en Bélgica. Los flamencos son el único nacionalismo del mundo que se siente “oprimido” por el Estado en el que son la primera fuerza económica, política, demográfica… e incluso últimamente en el plano cultural.» (pág. 278).
El «caso belga» es oportunamente comparado en el libro con otros países que han soportado conflictos semejantes —Kosovo, Bosnia, Checoslovaquia, Canadá (caso Québec)—, así como con escenarios parejos que los han resuelto de diferentes maneras: Estados Unidos de América, Suiza, los Emiratos Árabes Unidos. El último capítulo del libro, lleva por título «Comparación con los nacionalismos en España».
«¿Pueden evaporarse los países? Otros ya lo han hecho. Pero el Estado belga no es cualquier Estado. Es un Estado central, un Estado fundador, el Estado que ejerce de capital de la Unión Europea. El Estado que tantas veces se ha puesto como ejemplo de que la construcción es posible porque Bélgica es un ensayo general de la Europa federal. 
Y ahora es Bélgica quien muestra una nueva vía a los nacionalismos centrífugos. La globalización podría haber matado al nacionalismo del siglo XIX, pero éste lucha por adaptarse dentro de su supuesto Armagedón, la Unión Europea. La construcción europea es como la tela de Penélope: alguien la teje desde arriba mientras otros las destejen por abajo. Y lo que es más irónico, en nombre de esa misma construcción europea.» (pág. 296).
La experiencia de Bélgica ha consagrado la expresión «compromiso a la belga», queriendo significar con ella el arte de despachar un conflicto recurrente sin satisfacer a las partes beligerantes, pero que sirve para llegar a la próxima reunión negociadora. De hecho, desde 1970, el estado natural de Bélgica no es otro que la negociación. Para bastantes analistas, el independentismo de Flandes es sólo un «farol», una reivindicación permanente que le asegura ampliar el poder sobre la comunidad francófona, mientras mantiene el discurso victimista.
De cualquier forma, sólo queda saber cuánto tiempo aguantará el país con esta mala salud de hierro y con ese peculiar sentido del humor que, hasta el momento presente, frena lo peor.

lunes, 13 de junio de 2011

«QUINCE DIAS EN LAS SOLEDADES AMERICANAS» de ALEXIS DE TOCQUEVILLE

ASHER BROWN DURAND, Mount Chocorua, New Hampshire
Alexis de Tocqueville, Quince días en las soledades americanas, edición y traducción de Mariano López Carrillo, Colección Bárbaros, Barataria, Barcelona, 2005, 126 páginas

Nadie podrá negar que el viaje emprendido por Alexis de Tocqueville (Verneuil, Normandía, 1805- Cannes, 1859) a América, en abril de 1831, resultó de lo más provechoso, tanto para su propia biografía personal como para la ciencia, la política y la literatura universal. En compañía de Gustave de Beaumont, colega, amigo y, posteriormente, editor de su obra, Tocqueville se traslada al Nuevo Mundo por encargo del Gobierno francés de la época al objeto de examinar el sistema penitenciario estadounidense, objeto en aquellos tiempos de importantes reformas e innovaciones. A la vuelta del periplo de nueve meses por tierras americanas, fue oportunamente publicado el informe Del sistema penitenciario en los Estados Unidos y de su aplicación en Francia que da cuenta de las investigaciones desarrolladas por ambos juristas.

La observación y la investigación de Tocqueville no quedaron circunscritas a dicha labor profesional, casi funcionarial. El estudio de campo penal y carcelario, lo mismo que el motivo oficial del viaje en sí mismo, fueron sólo un pretexto en esta aventura existencial e intelectual. Francia, desde 1789 en constante convulsión, protagonizaba en aquellos años una innovación más: el nuevo orden impulsado por Luis Felipe que alteraba el orden sucesorio en la línea dinástica gala. Tocqueville, quien cuenta por entonces veintiséis años y es juez auditor del tribunal de Versalles, pone tierra y océano de por medio para descubrir nuevos horizontes y nuevas realidades.

La presente edición contiene el texto principal que recoge las impresiones de la expedición llevada a cabo por Tocqueville y Beaumont desde Detroit hasta Saginaw, entre el 19 y el 29 de julio de 1831. Fue publicado por Beaumont tras la muerte del amigo en la Revue des deux mondes (1860) y, posteriormente, en las Œvres Complètes, con el titulo de «Quinze tours dans le désert». Como anexo, incluye, asimismo, el diario personal de Tocqueville («Notas de viaje por el oeste») iniciado unos días antes de aquél, el 4 de julio (día de la fiesta nacional estadounidense), y que concluye allí donde comienza la narración del texto que sirve de base al libro.

Tocqueville no sólo observa con atención el sistema social, cultural, económico y político de Estados Unidos. También el paisaje, las gentes, la naturaleza del lugar, llaman su atención y animan su afán explorador. La incursión por las soledades americanas, por las tierras vírgenes del Este americano, atraviesa lugares en incipiente colonización. El contacto con pioneros venidos de Europa coincide en el espacio y el tiempo con indios nativos. A todos tiene algo que preguntar. De todos quiere aprender sobre la esencia de aquellas tierras prometedoras.

Sin embargo, Tocqueville no olvida Francia. Su viaje es de ida y vuelta. Conocer América la ayudará a conocer mejor Europa, y el resto del mundo. Con estas palabras, de elegante prosa, de lúcida perspectiva, se cierra el cuaderno viajero:


«Fue en medio de esta profunda soledad que recordamos de repente la Revolución de 1830 de la que se cumplía el primer aniversario. No puedo explicar con qué impetuosidad se presentaron en mi espíritu los recuerdos de aquel 29 de julio. Los gritos y la humareda del combate, los cañonazos y el repiqueteo de la fusilería, los tañidos aún más terribles de las campanas tocando a rebato, todo aquel día con su inflamada atmósfera pareció surgir de repente del pasado y desplegarse como un cuadro viviente ante mis ojos. No fue más que una iluminación súbita, un sueño pasajero. Cuando al levantar la cabeza, paseé la mirada a mi alrededor, la aparición se había desvanecido, pero nunca el silencio del bosque me pareció tan gélido y sus sombras tan sombrías, ni mi soledad tan absoluta.» (pág. 92).

ALBERT BIERSTADT, Autumm Woods
 Y es sin aquel viaje —como todo viaje fructífero, iniciático y descubridor—, sin las andanzas y aventuras aquí descritas, no habrían sido compuestas obras tan decisivas para el pensamiento político como La democracia en América (1835, 1850) y El Antiguo Régimen y la Revolución (1854).


THOMAS COLE, Morning Mist Rising Plymouth New Hampshire (A View in the United States of America in Autunm) (1830)

sábado, 11 de junio de 2011

NADIE MIENTE TANTO COMO EL INDIGNADO



«el amante del conocimiento debe escuchar sutil y diligentemente, debe tener sus oídos en todos aquellos lugares en que se hable sin indignación. Pues el hombre indignado, y sobre todo aquel que con sus propios dientes se despedaza y desgarra a sí mismo (o, en sustitución de sí mismo, al mundo, o a Dios, a la sociedad), ése quizá sea superior, según el cálculo de la moral, al sátiro reidor y autosatisfecho, pero en todos los demás sentidos es el caso habitual, más indiferente, menos instructivo. Y nadie miente tanto como el indignado.» (F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, 26).

Notable perspicacia nietzscheana: nadie miente tanto como el indignado. La pista se aclara en este punto y las sospechas van confirmándose poco a poco. Pues, ¿no ocurrirá, después de todo, que las exhibiciones de la indignación no pasen de ser ruidosas representaciones montadas con vistas a asegurarse una sencilla credencial de moralidad?
¿Qué forma más palmaria podría haber de precaverse ante la potencial objeción sobre la razón de la desaprobación o protesta sino que subrayándola, acentuándola, con la fuerza de un coro airado que hace tronar la escena?
¿Qué manera habría más llana y cómoda de ganarse el favor del público que cubriéndose con el manto protector de la indignación y disimularse tras la máscara de la pena arrebatada y la rabia?
Probablemente ninguna, ni menos ruidosa tampoco. Según afirmó el filósofo francés Alain, los bebés no son los únicos que se irritan a fuerza de gritar.

Fragmento extraído de mi ponencia, «La indignación: la contrariedad de una emoción», expuesta en el XIV Congreso de la Asociación Española de Ética y Filosofía Política (AEEFP), organizado bajo el título de «La violencia: un análisis ético-político», celebrado durante los días 17, 18 y 19 de noviembre de 2004 en Sevilla.
Puede leerse el texto completo en el número 34 (diciembre de 2004) de la revista El Catoblepas:

martes, 7 de junio de 2011

'GABINETE DE CURIOSIDADES ROMANAS' de JAMES C. MCKEOWN




James C. McKeown, Gabinete de curiosidades romanas. Relatos extraños y hechos sorprendentes, traducción de Juan Rabasseda y Teófilo de Lozoya, Crítica, Barcelona, 2010, 334 páginas.

 Lo refiere el autor de este libro en sus primeras líneas: los romanos nos han dejado un legado informativo sobre sí mismos superior al de cualquier otra sociedad occidental de épocas más recientes. La bibliografía sobre Roma y las conquistas realizadas, sobre sus emperadores y escritores, sus generales y oradores, sus tiempos y costumbres, es, en consecuencia, enorme. No extrañará, pues, que la tarea de sintetizar y hacer comprender semejante legado documental pueda compararse a los trabajos de Hércules o a cualquier otra hazaña heroica de la historia universal.

Edward Gibbon, uno de los más grandes especialistas de la historia de Roma, consumió doce años de investigación y redacción para lograr completar la monumental Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, cuya edición canónica ocupa seis gruesos volúmenes. Y eso que el autor británico comienza la narración a partir de la dinastía de los Antoninos, cuando Roma ya había cubierto un largo trecho.

El propósito del presente trabajo es más modesto. Tal vez por eso, y a la postre, resulte más fecundo y logrado; especialmente, si lo que busca el lector es hacerse una idea general, aunque precisa, de la vida cotidiana en la Antigua Roma.


James C. McKeown, autor de Gabinete de curiosidades romanas no pretende emular anteriores proezas. Profesor de Clásicas en la Universidad de Wisconsin, en Madison, no es historiador de profesión, ni aspira tampoco a oficiar de cronista de la Historia. Especialista en filología y con una probada experiencia en la enseñanza y la didáctica del latín, publicó en 2001 el volumen Classical Latin, una introducción al estudio de esta lengua. Ha preparado, asimismo, una edición comentada del Arte de amar de Ovidio.

El título del libro objeto de esta reseña no puede ser más claro. Sus páginas recogen una colección de observaciones, curiosidades, anécdotas, rarezas y datos factuales extraídos, en su mayor parte, de fuentes griegas y latinas. Habla aquí el autor por boca de Cicerón y Suetonio, de Séneca y Tácito, contando circunstancias extraordinarias, al tiempo que comportamientos ordinarios, en los más diversos aspectos de la cotidianidad romana: la vida familiar e intelectual, el derecho y la medicina, la educación y los esclavos, los espectáculos y la sexualidad, la religión y la superstición, Pompeya y Herculano, la comida y la bebida, los hombres principales y los ciudadanos comunes.

La perspectiva de McKeown a la hora de acercar la realidad de Roma a la curiosidad y al afán de saber contemporáneos tiene precedentes, que hallamos en los mismos periodos narrados. En este género, misceláneo y «costumbrista», se enmarcan, por ejemplo y entre otros, dos célebres clásicos: los Epigramas de Marcial y los Hechos y dichos memorables de Valerio Máximo.

Para quien no lo sepa aún, leyendo el libro, se enterará de por qué los romanos tenían tres nombres —el praenomen, el nomen y el cognomen—; que las palabras Káiser y Zar proceden del término César. Que si un gladiador se alzaba con la victoria en la arena, recibía una gratificación superior a lo que ganaba un maestro de escuela en todo el año. Que la célebre expresión panem et circenses la debemos a las Sátiras de Juvenal y que «victoria pírrica» remite al rey de Epiro, Pirro, y significa: «triunfo obtenido con más daño del vencedor que del vencido» (pág. 52). Que la espada corta de los romanos, tomada de los hispanos, la llamaban gladius. Que más del noventa por ciento de la población romana era pobre de necesidad, vivía en el campo y su esperanza de vida media no superaba los veinticinco años. Que Mitrídates VI de Ponto, uno de los más temibles enemigos de Roma hablaba veintidós lenguas. Que los romanos no usaban jabón para lavarse, sino que, como los griegos, preferían urgirse la piel con aceite de oliva (pág. 145). Que el término moderno «piscina» proviene del latín «piscina», palabra que designaba el estanque en el que criaban peces (pisces), destinados a las mesas de los patricios. Y que, en fin, el nivel de la técnica e implantación de las letrinas romanas no volvió a alcanzarse en Europa hasta el siglo XIX (pág. 252).

Libro instructivo y riguroso, a la vez que entretenido y conciso, permite ser leído a gusto del lector, eligiendo el orden de los capítulos según la preferencia y el ansia de la curiosidad de cada cual. El volumen incluye al final del mismo un práctico y extenso Glosario. Un texto, en suma, para exclamar una vez completada la lectura: Roma, o tempora, o mores! (Marco Tullio Cicerón, Catilinam orationes).



domingo, 5 de junio de 2011

UN PASEO POR DUBLÍN


1
Cuenta la tradición que desde el interior del alma de la nación irlandesa, recreada en mil mitos y ritos, desde su recóndita entraña, claman unas voces atávicas, llamando a todos los hijos de la patria, diseminados y perdidos por el mundo, para que vuelvan al hogar nativo, a la tierra de los ancestros, a la verde Erín (Eire, Irlanda). Esos cantos de Leyenda componen una liturgia y un arcano transmitidos por múltiples medios: la literatura, el cine, las historias, los cuentos…
Mas para volver, es preciso haberse marchado. Y no todos los irlandeses se han ido navegando o volando de Irlanda. Sea como fuere, unos y otros, los presentes y los ausentes…, todos los irlandeses del orbe, escuchan en sus corazones las suaves baladas brotadas del arpa melancólica, así como los aullidos agudos surgidos de las gargantas profundas de las hadas: el balar de la banshee.
Según escriben Michael Page y Robert Ingpen en la Enciclopedia de las cosas que nunca existieron, la palabra «banshea» (o «banshee») proviene de la voz celta «bean seidh», que significa «mujer de las hadas». Remite a los espíritus femeninos que habitan en el hipotálamo de los pueblos gaélicos y celtas. Los gritos y lamentos pregonan una muerte próxima. La anunciación de estas vírgenes de mal agüero va destinada los familiares tocados por la aciaga fortuna, desperdigados por la ancha Tierra. Las hadas, si bien tienen el poder de la trasmigración y la traslación, prefieren perforar los aires (y los oídos) con sus gritos, sin moverse de casa.
  ¿Para qué, entonces, dar voces? Aunque las leyendas no derrochen racionalidad, sí suelen tener una lógica interna. Las hadas irlandesas emiten el llamado a voz en cuello, sencillamente, para despertar las conciencias: «Este terrible y semihumano lamento despertará al más dormido y se oirá por encima del viento más fuerte. Es especialmente estremecedor cuando resuena sobre los páramos y lagos, en el crepúsculo de un día nublado de verano». Esto dicen los estudiosos de asunto tan fantástico.
Cuenta, asimismo, la fábula que la banshea tiene los cabellos negros, aunque yo las imagino pelirrojas.


2
No tuve reclamos embrujados, procedentes de la verde isla del norte, ni escuché voces de leyenda alguna, aquel verano de 2004. Ni soy, que yo sepa, irlandés errante o extraviado. El caso es que, en agosto de ese año, Dublín me atrajo a su seno. Juraría no haber estado nunca antes en tierra irlandesa. Mas, quién sabe… El caso es que pude salir del embrujo.
Salvador de Madariaga estaba firmemente convencido de que entre españoles e irlandeses existe una acentuada hermandad de origen. Tanto es así que el erudito hispanista opinaba que los irlandeses son españoles que se equivocaron de tranvía y fueron a parar al norte: «Por eso son los únicos católicos del Norte de Europa y los más disgustados de los norteños.» (Carácter y destino en Europa).
Allí, en el norte, tuvieron que acostumbrarse a un nuevo clima, crear nuevas costumbres e inventar una propia historia. Y para su desgracia, tratarse con los nuevos vecinos. Pues, sucede la trágica circunstancia de que al lado de la verde Erín residen los anglos. Junto a ellos han crecido, lo que han podido y lo que les han dejado. Con ellos se han mezclado. A resultas de tanto cruzamiento, idas y venidas, el irlandés ha terminado por ser britanizado: «No le gusta nada que se lo digan», añade Madariaga, «pero es así, la prueba es que no le gusta nada que se lo digan».
De semejante unión y convivencia, poco espíritu risueño podía salir. Así andan los irlandeses desde entonces, melancólicos, huraños como un hurón y dados a la bebida. De la siguiente manera retrató el sabio cosmopolita español, quien me acompaña amablemente en mi paseo por Dublín, al irlandés: «rubicundo, saturado de solomillo y de cerveza, corpulento, gran jinete y gran bebedor». Y así lo percibí yo mismo aquel verano de 2004. De todo ello puedo dar fe. Mejor dicho, de todo menos en lo referente a «gran jinete».

Si bien no tuve la oportunidad de ver cabalgar y saltar vallas a irlandés alguno, sí pude admirar a más de uno trotando a toda velocidad sobre sus propias piernas, cruzando el puente de O´Connell, llevándose por delante a todo aquel que se les cruzaba —creyendo que se les interponía—, saltando por encima de las jardineras y papeleras. Saltándose semáforos en rojo al volante de un automóvil. Sí, sí, también lo vi.
Los irlandeses han acabado por britanizarse a costa de mucho esforzarse por distinguirse del Reino Unido, dando como resultado una raza que conserva lo menos virtuoso del carácter británico, pero la mayor parte de sus vicios. A simple vista, a la siempre incierta luz de las apariencias, diríase que los irlandeses se han igualado por lo bajo: todos son dominados, humillados y ofendidos, parias de la tierra, sin escrúpulos a la hora de vestirse, de cuidar el lenguaje y los gestos, de moverse, de comer, de beber.
Este pueblo de bebedores, descuida la alimentación. Todavía más que el inglés. Ingieren cualquier cosa que le depositen en el plato, sin más contemplaciones. Así les va y así se le ve. Pase que se empapen de cerveza negra hasta desafiar la holgura y las costuras de los pantalones y que beban té negro en vasos de plástico: «el té negro que beben es una especie de desesperación líquida de esas que con azúcar están peor» (Salvador de Madariaga). Pero, lo que no tiene pase ni perdón, ni siquiera para el Dios dispensador e indulgente de los católicos irlandeses, es que descuiden la dieta de esa manera.
Nunca en otro país, como en Irlanda, he visto gente tan oronda, rolliza y descomunal. Si esto es así, aplicado a los britanizados y urbanizados irlandeses de Dublín, qué será de la población rural, de los herederos de esta nación rústica de agricultores y pastores que todavía no han emigrado a Estados Unidos o a Australia, o han trasladado su residencia, sin más, a la Gran Bretaña.
Si los irlandeses no reconocen su pasado español ni quieren ser británicos, entonces ¿qué son, de dónde vienen y adónde van?
Lo conseguí. Llegar hasta el final de esta crónica dublinesa sin hablar de insurrecciones, ni de Oscar Wilde ni de James Joyce. Bueno, aquí están sólo citados, al final. Y sólo de paso, en este corto paseo por Dublín.
Verano 2004

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