martes, 22 de febrero de 2011

«BANDERA ROJA» de D. PRIESTLAND: UNA VISIÓN COMPLACIENTE DEL COMUNISMO




David Priestland, Bandera roja. Historia y política cultural del comunismo, Crítica, Barcelona, 2010, 667 páginas

Profesor de Historia Moderna en la Universidad de Oxford y Felow del St. Edmund Hall, David Priestland se ha especializado durante hace años en el estudio del comunismo desde diversos frentes, tanto los más analíticos del asunto —las relaciones entre la teoría política y la ideología—, como los propiamente históricos. A este respecto, ha llevado a cabo varios trabajos de historia comparada de los regímenes comunistas, con especial atención a la Unión Soviética. Ambos acercamientos al tema del comunismo, el analítico y el histórico, convergen en el volumen Bandera roja, editado en primera edición inglesa en 2009.

Tomando como punto de partida la Revolución francesa, donde es posible localizar los principales elementos de la acción revolucionaria moderna, el libro describe la evolución del comunismo en sus principales etapas. Desplazándose desde Occidente hacia Oriente y de Norte a Sur, las incipientes ideas socialistas surgidas en Francia y Alemania, llegan, finalmente, a Rusia, donde queda establecido el status de poder comunista más influyente. Detrás han quedado la I, II y III Internacional y los primeros bosquejos de práctica política comunista en el Partido Socialdemócrata alemán de Rosa Luxemburgo. Los postulados revolucionarios de Marx, Engels y Lenin logran imponerse en Rusia en 1917 y no abandonan el poder hasta los años 80 del siglo XX. Después de la URSS, el comunismo avanzó hacia China y el sureste asiático, y de allí, a partir de los años 60, logró infiltrase enérgicamente en el «Sur global», según expresión del autor, es decir, en distintas partes de Latinoamérica, África y Oriente Medio. El comunismo en Europa, ya desfallecido a mitad del siglo como consecuencia de su dependencia directa del orden imperial estalinista, la denuncia del Gulag y la Guerra Fría, recibe un golpe de muerte con la caída del Muro de Berlín en 1989. Hoy el comunismo sólo sigue en pie en algunos espacios y grupúsculos irreductibles de las sociedades occidentales, así como en reducidos países del Tercer Mundo, donde todavía implanta su orden burocrático y autocrático.

Es hora, pues, de hacer balance: «El comunismo en su forma antigua ha quedado desacreditado y no regresará como un movimiento poderoso; pero ahora que el capitalismo globalizado ha entrado en crisis, es un momento ideal para revisar sus esfuerzos por crear un sistema alternativo y las razones por las que fracasó» (pág. 22). Este fragmento del volumen nos da la pista de la perspectiva analítica y expositiva de Priestland, que no es otra que el intento del autor de«entender» la teoría y la práctica del comunismo. Hay un «forma antigua» de comunismo ya fallecido, pero, como un todo no, puede ser enterrado, pues las causas que lo hicieron nacer todavía persistirían.


Según Priestland, las investigaciones y los ensayos realizados sobre el tema hasta la fecha han adolecido de un excesivo «políticismo», de un análisis viciado de valoración, lo cual habría impedido penetrar en la verdadera «naturaleza» del objeto. Por un lado, están las historias oficiales producidas por las regímenes comunistas y sus intelectuales orgánicos. Por otro lado, encontramos los estudios firmados por críticos del comunismo, cuya interpretación estaría encuadrada dentro de la denominada «teoría de la represión». El libro negro del comunismo (AAVV), recientemente reeditado en España por Ediciones B, sería una clásica muestra de esta perspectiva crítica, de aquella que no puede dejar de lado, ni en un segundo plano, el efecto ineludible de la experiencia comunista, con su  terrible resultado: 100 millones de muertos en todo el mundo.

Priestland adopta en su monografía algo así como una tercera vía interpretativa. No omite el lado oscuro del comunismo, con su estela de crímenes, hambrunas y dominación, aunque sí exhibe una suerte de amabilidad y condescendencia para con la ideología objeto de examen. De hecho, llega a comparar (por otra parte, tal y como hiciese Karl Marx) la creación del comunismo con el mito clásico de Prometeo: enfrentado al orden establecido o dominante, el héroe encadenado pugna por la liberación de la humanidad. Parece sostenerse ahí que, a pesar de los resultados poco provechosos para la humanidad, el comunismo vio la luz como un ideal que tiene su explicación, que hay que «entender», después de todo. Según Priestland, semejante ideal queda plasmado en valores, basados principalmente en el anhelo de igualdad, en el Estado del bienestar y en la regulación del mercado por parte de los Gobiernos, valores que acaso fuesen salvables y aun recuperables.

Recuérdese, en fin, que Mary Shelley, subtituló asimismo su célebre Frankenstein, con la expresión «el moderno Prometeo». Todos recuerdan el argumento: Víctor Frankenstein, doctor de elevados conocimientos e ideales, auténtico héroe moderno, promueve un plan de ingeniería con el que enfrentarse al orden natural de las cosas. Soñando con crear al «hombre nuevo», fabricó, en realidad, un engendro infernal, un monstruo. He aquí, malogrado, el invento. Y, lo que es peor, tras de sí, dejó un terrorífico rastro de destrucción y muerte.



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