viernes, 9 de julio de 2010

ESTATUT Y ESCISIÓN DE SOBERANÍA

«Decía yo que soberanía es la facultad de las últimas decisiones, el poder que crea y anula todos los otros poderes, cualesquiera sean ellos; soberanía, pues, significa la voluntad última de una colectividad. […] Y si hay algunos en Cataluña, o hay muchos, que quieren desjuntarse de España, que quieren escindir la soberanía, que pretenden desgarrar esa raíz de nuestro añejo convivir, es mucho más numeroso el bloque de los españoles resueltos a continuar reunidos con los catalanes en todas las horas sagradas de esencial decisión. Por eso es absolutamente necesario que quede deslindado de este proyecto de Estatuto todo cuanto signifique, cuanto pueda parecer amenaza de la soberanía unida, o que deje infectada su raíz. Por este camino iríamos derechos y rápidos a una catástrofe nacional.» (José Ortega y Gasset, «Discurso sobre el Estatuto de Cataluña». Sesión de las Cortes 13 de mayo de 1932).


Ortega describe la perspectiva del «problema catalán» como un destino imposible de resolver, tan sólo de «conllevar». ¿De qué «problema» hablamos? Del plan urdido por el nacionalismo catalán, consistente en ir adquiriendo un estatus nacional propio de facto, a base de ir arañando sin descanso competencias del Estado, escindiendo de este modo la soberanía nacional. La cobertura que de iure sanciona el proceso queda garantizada por el Estatut, con sus actualizaciones ad hoc, definido todo ello en un horizonte indefinido de independencia. Mas, desde la descripción orteguiana del problema, las circunstancias que la definen han adquirido un nuevo perfil: la secesión catalana cumple hoy, más que nada, una función de señuelo y reclamo, de cortina de humo, de maniobra de distracción, de amenaza y espantajo, de genuina evasiva. En el momento presente, pues, más que de un «problema catalán», habría que hablar, en rigor, del problema nacional de ser españoles en España.
La casta dirigente catalana del antiguo condado que juega a ser Estado ha acabado por comprender que separarse de España no es un negocio rentable. Queriendo ganar la carrera al resto de nacionalismos particularistas, se emplea a fondo (de inversión) en el vaciamiento material y espiritual de España, reembolsándose a su cuenta el expolio resultante. Mientras la estrategia resulte rentable, Cataluña se constituye en reserva privilegiada y al límite de la legalidad, la realidad y la unidad de la soberanía nacional, la raíz de España de la que habla Ortega. Esto del «límite», dicho sea de paso, le fascina al filósofo catalán Eugenio Trías, poco aficionado, desde luego, a la perspectiva orteguiana de las cosas.
Y al límite, en fin, vive España desde que el quebrantamiento de la unidad de la soberanía está siendo animado desde el mismo Palacio de la Moncloa por Zapatero, con el beneplácito, para mayor abundamiento, de las más altas instancias del Reino. El Presidente del Gobierno de España cuestiona, en efecto, la propia sustantividad de la Nación española, actitud sostenida con la mayor naturalidad. El Tribunal Constitucional, por su parte, aprueba este verano del 2010 una reforma del Estatuto de Cataluña que aspira, ciertamente, no a «desjuntarse» de España, sino a hacer de la real Nación española una instancia subalterna y subsidiaria de la virtual "nación catalana"…
¿Una atrocidad política y jurídica tras otra? En el Estado de las Maravillas, el todo y la parte intercambian los papeles con sorprendente soltura, y aun con desenfado. En la Nación de Nunca Jamás, la máxima autoridad levanta la sesión; tras proclamar que aquí cualquier mundo es posible, y quedando prohibidas la lógica y la realidad, por «reaccionarias», da por terminada nuestra larga historia y cierra España.

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