jueves, 13 de mayo de 2010

HACER DE LA LIBERTAD UNA COSTUMBRE


La sóla libertad no la desean los hombres, por la sencilla razón, a mi entender, de que si la desearan, la tendrían. (Étienne de La Boétie, De la servidumbre voluntaria).
Digámoslo en pocas palabras. Simplemente, basta con la dejadez y el abandono de los que habla La Boétie para que pueda mantenerse en pie el poder despótico más mezquino, ejercido, habitualmente, por individuos flojos y mediocres, a veces por sólo uno. Merced a esta debilidad de voluntad y carácter del subordinado, el sátrapa se considera fuerte, aunque nunca llegue a serlo, en realidad. La fuerza que exhibe, su estatus, no proviene de sí mismo, sino de la poca resistencia ofrecida por los gobernados o súbditos. Los hombres serviles —«nutridos y educados en la servidumbre»— sólo saben que obedecer, y semejante condición de sometimiento la consideran algo natural o inevitable. Normalmente, ni siquiera se la cuestionan.
Porque la servidumbre no constituye una fatalidad, los serviles no son ajenos a su condición de siervos. Tampoco inocentes. Son atrapados en el círculo infernal de la dominación por el miedo y la comodidad, el gusto por lo simple y lo fácil, por la rutina y la inercia. La servidumbre de la plebe le sale gratis al tirano.
«Por tanto, la causa primera de la servidumbre es la costumbre». Tal es la correcta deducción de La Boétie. Así pues, ya que adoptar costumbres es cosa consustancial a la naturaleza humana, bueno será discernir entre ellas. Aprendiendo a elegir, urge desprenderse de las nocivas para adquirir las más beneficiosas. Lo primero, la libertad. Hagamos de ella una costumbre.

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